El Reino Unido aclamó con orgullo la vacuna de AstraZeneca, desarrollada en conjunto con la Universidad de Oxford, y comenzó a aplicarla sin dilaciones a su población, entre las más golpeadas por la covid-19. Cuando habían suministrado unos 20 millones de dosis, las autoridades sanitarias hallaron 79 pacientes afectados por una extraña formación de trombos, y 19 de ellos fallecieron.
Varios países suspendieron el uso de la vacuna y la Agencia Europea de Medicamentos inició un estudio. La conclusión es que las ventajas de la vacunación exceden, por mucho, el diminuto riesgo de sufrir la rara condición. La gran mayoría de países europeos retomó la vacunación, pero las recomendaciones de la máxima autoridad continental no lograron disipar por completo los temores. Es necesario hacerlo porque el asunto es, literalmente, de vida o muerte.
Los casos de trombos en el Reino Unido rondan cuatro por millón y las muertes no alcanzan una por millón. Los rayos en América Latina causaron 1,7 muertes por millón en el 2014, según un estudio brasileño recogido por la BBC. En Costa Rica, los accidentes de tránsito causan más de 160 muertes por millón y los homicidios, unas 120. Hay anticonceptivos orales cuyo riesgo de causar coagulaciones serias es de 400 por millón.
Los ejemplos son muchos, pero la covid-19, por sí misma, causa trombosis a, cuando menos, la décima parte de sus víctimas graves. En Costa Rica, los decesos por covid-19 rondan 593 por millón, cuando en el Reino Unido los fallecidos por trombos —cuya causa no está definitivamente ligada a la vacuna en todos los casos— no llegan a uno por millón. En suma, la posibilidad de morir por covid-19 en nuestro país es cientos de veces mayor, y a eso hay que sumar los graves daños causados por la enfermedad a muchos de los sobrevivientes, tomando en cuenta que 43.378 personas por millón la han contraído en Costa Rica.
Todo lo dicho es sin contar la posibilidad de un contagio más acelerado con el surgimiento de nuevas cepas, ya dominantes en otras regiones del mundo y detectadas en nuestro país. El mundo está en una carrera contra el virus. La inoculación de un gran porcentaje de la población es indispensable para limitar el contagio y las mutaciones. Al planeta no le sobran las vacunas y menos a países como el nuestro.
En el caso de la vacuna de Johnson & Johnson, cuya aplicación fue suspendida en los Estados Unidos para esclarecer la aparición de un fenómeno muy similar, los datos disponibles hasta el momento apuntan a un riesgo todavía menor, si lo hay. Unos 7 millones de personas han sido vacunadas y solo han aparecido seis casos de trombos, menos de uno por millón. Una paciente falleció y otras están en condición delicada.
Las autoridades médicas de las naciones avanzadas quieren garantizar a sus ciudadanos y al mundo que ningún riesgo, por pequeño que parezca, dejará de ser estudiado. Desafortunadamente, las pausas en la aplicación de las vacunas desencadenan inevitables preocupaciones y alimentan la desinformación promovida por grupos prejuiciados contra la vacunación en general.
El exceso de precaución es bueno precisamente para vencer esos prejuicios. También para descubrir las causas del riesgo, identificar de antemano a quienes pudieran estar más expuestos y, de ser posible, diseñar un tratamiento. Si las autoridades vuelven a dar luz verde a Johnson & Johnson, como lo hicieron con AstraZeneca, no habrá motivo para ignorar sus recomendaciones. Reanudarán la aplicación de la vacuna porque estarán convencidas de la superioridad de sus beneficios en comparación con los poquísimos efectos adversos. Eso es, a fin de cuentas, lo importante.