Daniel Ortega y Rosario Murillo gobiernan un país empobrecido, pero les sobran recursos para estructurar una iniciativa de desinformación clasificada entre las más grandes emprendidas por un gobierno y desmantelada por Facebook. La granja de troles sandinistas incluía unas 1.500 cuentas, páginas y grupos en Facebook e Instagram, pero también se extiende a TikTok, Twitter y Telegram, según los expertos.
Además de cuentas falsas, el régimen de Ortega suplanta a figuras políticas y crea medios digitales para denigrar a la oposición y ensalzar al gobierno. La operación se conduce desde las oficinas del servicio postal y está a cargo de empleados del Instituto Nicaragüense de Telecomunicaciones y Correos (Telcor). Concentraciones más pequeñas de cuentas falsas funcionaban desde otras dependencias estatales, incluidos el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social y la Corte Suprema de Justicia, dijo Ben Nimmo, líder global de inteligencia para operaciones de influencia de Meta, la nueva firma matriz de Facebook.
Parte del asombro de los investigadores nace de la abierta instrumentalización de instituciones públicas, sus empleados e instalaciones para manejar la operación clandestina. La completa inmersión del programa de desinformación en el aparato estatal llega al punto de la adopción de normas burocráticas, como la estricta observación del horario. El programa funcionaba de lunes a viernes, de 9 de la mañana a 5 de la tarde, con una hora de almuerzo a media jornada. La operación quedaba a cargo de un equipo muy reducido de trabajadores los fines de semana.
Además del descaro de la dictadura nicaragüense, la revelación encierra dos lecciones para Costa Rica. La primera es sobre el uso de las redes sociales para desinformar. En nuestro país, ningún gobierno ha incurrido en prácticas de esa naturaleza, pero el fenómeno se ha manifestado, en menor escala, en algunos movimientos políticos. También, hay operadores independientes de la mentira digital. Los propósitos varían, pero, con demasiada frecuencia, logran instalar sus maquinaciones en sectores más o menos amplios de la opinión pública.
Esa lección no podemos darla por aprendida. Es preciso insistir en ella. También es necesario incorporarla a la formación cívica de los escolares y extenderla a todos los grupos etarios. La alfabetización digital puede marcar la diferencia entre la preservación de una democracia robusta y la caída en el autoritarismo.
La segunda lección del descubrimiento de la granja de troles de Ortega y Murillo es más novedosa en nuestra región, pero no menos importante. Se relaciona con la seguridad nacional. Las diferencias entre nuestro gobierno y el sandinista son bien conocidas. Además, abundan las razones, desde la perspectiva autoritaria del régimen nicaragüense, para promover la inestabilidad en nuestro país si eso sirve a sus propósitos.
Nada indica que los troles de Managua tengan la única intención de manipular el debate político interno. Un régimen sin escrúpulos para encarcelar a sus opositores en vísperas de una elección no tiene por qué ser demasiado selectivo a la hora de escoger los blancos de sus campañas de manipulación y desinformación.
La creación de las granjas de troles sucedió cerca de la brutal represión de las manifestaciones de abril del 2018. A partir de julio comenzaron a aparecer en Costa Rica varias páginas de Facebook con mensajes xenófobos contra los inmigrantes nicaragüenses. «La Nación» llegó a detectar 30 sitios de ese tipo, pero no logró explicar el origen en todos los casos. La labor de los difusores del odio culminó en la agresión perpetrada por un reducido grupo de personas contra migrantes reunidos en el parque de la Merced, el 18 de agosto.
El incidente, completamente instigado por las redes sociales, sirvió para avivar sentimientos anticostarricenses en Nicaragua y desprestigiar a nuestro país en el ámbito internacional. No hay un vínculo claro de aquellas páginas con Managua y su fecha de creación podría ser mera coincidencia, pero, conocidas las capacidades desarrollados por el régimen de Ortega y Murillo, vale la pena estar alerta.