Los enemigos de la vacunación cruzan la línea de lo permisible cuando sus protestas pasan al proselitismo. Una cosa es su inclinación a creer en conspiraciones y fantasías y su decisión de no vacunarse y otra, muy distinta, son los esfuerzos conscientes para convencer a los demás de imitarlos, con grave riesgo de enfermedad y muerte.
El efecto benéfico de las vacunas no puede ser más obvio. Costa Rica acaba de celebrar su primer día sin muertes por covid-19 en 17 meses y, desde hace semanas, la mayor parte de los enfermos graves y fallecidos son personas carentes del esquema de vacunación completo. Por la otra cara de la moneda, cerca de cuatro millones de costarricenses han recibido por lo menos una dosis y 3,3 millones completaron la inoculación. Con esos números, sería imposible ocultar la masiva incidencia de reacciones adversas, amén de que no habría razón para hacerlo. Lo mismo vale, con mayor razón, para un mundo con 4.234 millones de personas con una dosis y 3.334 millones totalmente vacunadas.
Como ninguna estadística desvirtúa los beneficios de las vacunas frente a sus escasos riesgos, los militantes los difieren para el futuro. Algún día les daremos la razón, dicen sin un ápice de respaldo científico. Para fortalecer el “argumento”, insisten en calificar las vacunas como “experimentales”.
Esa es la primera y más perversa mentira del panfleto distribuido de puerta en puerta por militantes contra las vacunas. Los fármacos aplicados en Costa Rica no son experimentales. Superaron todas las etapas requeridas para acreditar su eficacia y bajo nivel de riesgo. Ya ni siquiera se distribuyen bajo autorización de emergencia. Antes de autorizar el uso en niños, a las empresas farmacéuticas se les exigieron rondas adicionales de pruebas específicas.
Mienten también cuando afirman la inconstitucionalidad de la vacunación obligatoria de menores. Por un lado, la compulsión ya existe para muchas otras enfermedades. Por otro, ninguna resolución de la Sala IV afirma la inconstitucionalidad del decreto y no hay otra forma de acreditarla. Lejos de eso, los magistrados han respaldado la vacunación obligatoria en varias oportunidades.
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El panfleto atribuye a la Dirección de Vigilancia de la Salud haber dicho que el 99,96 % de los niños infectados sobreviven en virtud de su fortaleza inmunitaria, pero la dependencia lo niega. Por el contrario, las autoridades de Salud están preocupadas por el número de fallecimientos infantiles y las secuelas neurológicas, psicológicas y en el sistema osteomuscular, entre otras, del llamado covid persistente. En contraste, pese a las afirmaciones del folleto, no hay reacciones graves a la vacunación entre menores de edad.
Desde el comienzo de la pandemia, el Hospital de Niños ha atendido a 448 niños gravemente enfermos. De ellos, 88 necesitaron cuidados intensivos y 15 fallecieron. Otros 57 padecen el síndrome inflamatorio multisistémico relacionado con la covid-19, causa de una afección grave en el corazón. Nuestro país ya perdió un niño por ello. Los menores, además, pueden transmitir el virus en su círculo cercano, y ese es otro buen motivo para vacunarlos, pero el folleto omite todos estos datos.
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El rosario de falsedades y sus posibles consecuencias exigen respuesta de las autoridades, los medios de comunicación y la comunidad en general. La mentira no debe pasar sin denuncia y es preciso intensificar los esfuerzos para difundir la información adecuada. El reducido número de personas capaces de intentar convencer al prójimo de poner en riesgo su salud y la de sus seres queridos ya demostró hasta donde es capaz de llegar. Basta de muertos que, en el último minuto, se arrepienten de no haberse vacunado.