Los resultados de Nueva República en los comicios cantonales ofrecen valiosas lecciones sobre la política de nuestros tiempos. La destacada participación de su candidato en las elecciones presidenciales del 2018 avivó la confianza de sus partidarios al punto de romper con Restauración Nacional y hacer casa aparte con una agenda populista, muy distante de la oferta electoral adoptada para atraer apoyo a Fabricio Alvarado dos años atrás.
Convencido del papel determinante de su líder en aquellos comicios, Nueva República se anunció como el nuevo “tiburón en el estanque” de la política nacional y centró su campaña en la figura de Alvarado, cuya presencia en los medios de comunicación fue notable. Al final, el fracaso es indudable, pese a las contorsiones verbales de los dirigentes para aparentar lo contrario.
Luego de tantos pronósticos triunfalistas, Nueva República no logró disputar una sola alcaldía y, en los mejores casos, quedó de quinta o sexta, detrás de agrupaciones más tradicionales y de una pléyade de pequeños partidos cantonales. Sin un solo alcalde a su haber, Alvarado le restó importancia a la conquista de ejecutivos cantonales y proclamó victoria por la nueva influencia del partido en una veintena de municipalidades. Omitió decir que los 19 regidores de Nueva República, distribuidos en 18 de los 82 cantones, son una diminuta presencia si se comparan con los 508 elegidos en todo el país. Son el 3,6 % del total, y su escasa presencia se distribuye en apenas el 22 % de los cantones. No hay ni tiburón ni victoria. ¿Por qué si hace apenas dos años Fabricio Alvarado disputaba la presidencia?
La escisión de Restauración Nacional es importante, pero no explica el fenómeno porque los resultados del partido madre fueron todavía más pobres, con solo una decena de regidores y la satisfacción de haber disputado la alcaldía en Limón centro, donde quedó de tercero con 3.414 votos, y en Golfito, donde fue segundo con 2.243, es decir, 67 arriba del tercer lugar. También debe haber pesado el distanciamiento de la Alianza Evangélica de la política electoral, pero es un factor difícil de medir.
En cambio, se hace evidente el efecto de una pésima lectura de los resultados del 2018. Carlos Avendaño, el político más avezado de Restauración, lo explicó con candidez: los resultados de aquella elección respondieron a una coyuntura muy particular. Esperar replicarla, sobre todo en una elección con características tan particulares como los comicios cantonales, es ingenuo. Igualmente ingenuo es confundir el número de votos logrados en el 2018 con la consolidación de un liderazgo carismático capaz de adelantar, a fuerza de imagen, las aspiraciones de Nueva República.
Las elecciones municipales son totalmente distintas de las nacionales. Los resultados de unas no permiten hacer proyecciones sobre las otras. En los comicios locales, el abstencionismo es mayor, las poblaciones menores y el peso de las relaciones personales, muy superior. También es distinto el elector predominante en uno u otro caso. En las cantonales, tienen más peso los ciudadanos de mayor edad y conservadurismo, y menos escolaridad e ingresos. Esas características debieron favorecer a Nueva República y Restauración, según las conjeturas políticas más socorridas entre el 2018 y la actualidad, pero el votante costarricense ha demostrado, una y otra vez, su volatilidad. Restauración Nacional fue beneficiaria del fenómeno en el 2018 y el triunfalismo de Nueva República fue su víctima el domingo pasado.
Los resultados del Partido Acción Ciudadana confirman las mismas lecciones, aunque los oficialistas nunca aspiraron a tiburón. La agrupación de gobierno participó en poco menos de la mitad de cantones, logró sostener cuatro alcaldías (con pérdida de dos) y eligió 33 regidores, apenas cuatro más que el conjunto de Restauración y Nueva República.