La capacidad de respuesta del sistema hospitalario apenas ha sido puesta a prueba por la pandemia de la covid-19. Casi nunca hubo más de un par de decenas de pacientes hospitalizados y pocos han requerido la atención disponible en las unidades de cuidados intensivos (UCI).
Hemos tenido suerte, porque el país enfrentaría dificultades a muy corto plazo si el contagio se mantiene al ritmo actual o, Dios no lo quiera, crece.
Contamos con solo 24 camas reservadas en las UCI. Agotados esos campos, los contagiados competirán por los espacios disponibles para pacientes delicados u hospitalizados por otros motivos, y, si el ritmo de contagio aumenta o se prolonga en el tiempo, pronto se acabarían las posibilidades de atención adecuada.
Esas otras camas en cuidados intensivos son 111 y suelen estar ocupadas, cuando menos, el 60 %. Hay esfuerzos para aumentar la capacidad de las UCI, pero no se trata solamente de añadir camas, porque cada una requiere espacio y equipos especiales.
El gerente médico de la Caja Costarricense de Seguro Social, Mario Ruiz Cubillo, advirtió al país sobre el agotamiento de las camas reservadas en las UCI si el actual número de contagios se mantiene tres semanas.
Lo dice un funcionario cuyas facultades de previsión están bien acreditadas. Ruiz fue determinante en la transformación del Centro Nacional de Rehabilitación en hospital exclusivo para la covid-19 cuando la pandemia comenzaba a hacerse sentir en el país.
Sus declaraciones del domingo pasado no permiten albergar ilusiones. Es preciso actuar cuanto antes para frenar el aumento de casos o correremos el riesgo de presenciar escenas como las vistas en los países tomados por sorpresa, cuando todavía no estaba claro el potencial dañino del coronavirus, como España e Italia.
La triste experiencia de esas naciones sirvió a nuestras autoridades para actuar con rapidez y enfrentar con éxito la primera ola de la pandemia.
La imposición del distanciamiento social y físico dio resultado y, quizá, creó una inconveniente impresión de seguridad. Mantener las medidas aplicadas en aquel momento tiene un costo económico exorbitante, pero la apertura gradual precisa una disciplina que no todos han sido capaces de demostrar.
Fiestas y reuniones sociales, aglomeraciones en paradas de autobuses y un alto porcentaje de la población resistente al uso de mascarillas se han sumado a otros factores para acelerar el contagio.
Ayer establecimos una nueva y lamentable marca. Las autoridades anunciaron 190 nuevos casos en un solo día, por lo cual junio cierra con 3.459 contagios reportados desde marzo.
Hay 44 hospitalizados y 5 de ellos están en cuidados intensivos. Asusta pensar en el número posible de infectados asintomáticos, capaces de transmitir el virus a quienes entren en contacto con ellos.
La reacción de las autoridades incluye volver a medidas más estrictas de cierre en las zonas afectadas y conducir pruebas masivas en distritos muy poblados donde hay razones para sospechar de contagios. Sin embargo, solo el compromiso de los ciudadanos con la seguridad propia y ajena permite abrigar esperanzas de impedir la propagación de la enfermedad.
Las fiestas y otras conductas irresponsables deben ser castigadas con severidad y extender el uso de mascarillas hasta donde sea posible. Luego de informaciones contradictorias al inicio de la pandemia, ya no hay duda sobre la eficacia de las mascarillas para frenar el contagio, siempre con el distanciamiento adecuado.
El gobierno y los medios de comunicación no deberíamos perder oportunidad de enfatizar la importancia de utilizarlas, así como en el inicio se insistió en el lavado de manos y la desinfección de superficies.
Según los expertos, estamos a tiempo para frenar el contagio e impedir el aumento de hospitalizaciones. La suma de los esfuerzos y precauciones individuales, la prudencia de las autoridades de Salud y el esfuerzo de otras dependencias, como la Fuerza Pública, son factores críticos del éxito.