Desde la Primera Cumbre de las Américas, celebrada en 1994 en Miami por iniciativa del entonces presidente Bill Clinton, hasta la novena, que concluyó el viernes en Los Ángeles, mucho ha cambiado en el hemisferio, y no para bien.
Hace 28 años existía una fuerte convergencia democrática, a excepción de Cuba. Ahora Nicaragua y Venezuela se han sumado al grupo de claras dictaduras, y distintas rutas autoritarias se manifiestan en Brasil, Bolivia, El Salvador, Guatemala y México. La apuesta por un Área de Libre Comercio de las Américas, lanzada en ese encuentro, se disolvió años después.
Las oleadas migratorias se han acentuado debido a la inestabilidad, la violencia y la falta de oportunidades. El narcotráfico y otras modalidades de delincuencia internacional organizada no han cesado de manifestarse. Y la inconmovible democracia que era Estados Unidos se ha deteriorado peligrosamente, de la mano del populismo autoritario, la desinformación, la polarización y el asalto a las instituciones por sectores del Partido Republicano.
Era imposible esperar, por ello, un encuentro unánime o carente de fricciones en participación y pensamiento. Estados Unidos, gobierno anfitrión, decidió no invitar a las tres dictaduras mencionadas, fiel a lo que, desde su primera declaración en 1994, se estableció como un requisito para participar en las cumbres: el apego a la democracia.
Hizo bien, aunque su decisión condujo a que los presidentes de México, Bolivia y Honduras, con distintos “sabores” izquierdistas, y en el primer caso teñidos de autocracia, no asistieran en “solidaridad” con los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Porque la democracia siempre debe estar en primer lugar, aunque algunos se molesten.
Tampoco fueron los de El Salvador y Guatemala, probablemente para manifestar su desacuerdo con la insistencia estadounidense a favor del debilitado Estado de derecho en sus países. Sin embargo, nada de lo anterior impidió que la cumbre haya alcanzado valiosos acuerdos, aunque su impacto en la realidad aún está por verse y no será inmediato.
El uso del gerundio en su título —Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo— reconoce que estamos ante procesos, no hechos consumados.
Su continuidad y éxito dependerá de múltiples factores, pero las declaraciones adoptadas y los anuncios formulados establecen buenas bases en temas como reconocimiento de la integralidad de los procesos de desarrollo; partenariados entre gobiernos, empresas y sociedad civil para impulsarlo; apoyo a la institucionalidad democrática y lo que podríamos llamar su “infraestructura” socioeconómica; lucha contra la corrupción; y abordaje de los flujos migratorios.
Este último asunto es de particular interés para Estados Unidos, no solo por el incremento en los flujos, particularmente desde el triángulo norte de Centroamérica, Haití, Cuba y Venezuela, sino también porque su manejo constituye un agudo desafío de política interna para el presidente Joe Biden. Sin embargo, tanto su gobierno como los de otros países del hemisferio se encargaron de enfatizar que ya no estamos, simplemente, ante oleadas desde el sur hacia el norte, sino en múltiples direcciones, que llegan a países tan diversos como Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador y Panamá.
Este cambio de dinámica migratoria, como establece el documento firmado el viernes, poco antes de concluir el encuentro, obliga a abordar el fenómeno de manera integral: tanto en sus múltiples disparadores como en la manera de administrarlo bien.
Las responsabilidades son compartidas, pero también deben ser diferenciadas, sobre todo, según el grado de desarrollo de cada país receptor, lo cual implica cooperación internacional en la tarea de procesar y —ojalá también— asimilar a los migrantes, impulsar oportunidades, reducir la violencia y combatir la corrupción.
Menos visible políticamente, pero también de gran envergadura, fueron las actividades al margen de la cumbre central, en las que académicos, activistas, empresarios y miembros de la sociedad civil interactuaron entre ellos y con la mayoría de los gobiernos representados.
El presidente Rodrigo Chaves y otros miembros de su comitiva aprovecharon estas oportunidades, tanto para adoptar compromisos puntuales como para promover inversiones.
Entre los primeros, destacamos la incorporación de Costa Rica a un “grupo de amigos” de la Organización de los Estados Americanos en pro de la libertad de expresión y el periodismo, lo cual implica adoptar el compromiso de impulsarlos; entre los segundos, encuentros bilaterales y paneles con representantes de empresas estadounidenses.
Afrontar los desafíos que existen y aprovechar las oportunidades que se abren es la gran tarea pendiente, sea mediante acciones colectivas o individuales. Las condiciones políticas, económicas y sociales para lograrlo son complejas. De ahí la importancia de trabajar en serio, con claros horizontes, buenos métodos y pragmatismo.