Las carreteras y otras obras públicas se construyen para satisfacer las necesidades del futuro. El presente se queda corto porque los países aspiran a seguir la senda del crecimiento. No obstante, en Costa Rica, a menudo construimos para cumplir las exigencias del pasado y luego lamentamos la obsolescencia de obras recién terminadas.
Un ejemplo es la ruta 27, de cuya ampliación se comenzó a hablar prácticamente en el acto de inauguración. Los congestionamientos viales no tardaron en delatar que la obra fue construida para el tránsito de otra época, cuando el proyecto cayó en una gaveta y los puentes se construyeron sin llevar a ninguna parte.
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Más recientemente, la obsolescencia del paso a desnivel de Guadalupe está prevista para un año después de la inauguración. La deficiencia consta en los estudios de tráfico disponibles antes de la firma del contrato para el diseño y construcción de la obra, en el 2015. Las autoridades sabían de la necesidad de un tercer nivel, valorado en $8,3 millones, para garantizar la circulación, pero prefirieron no atrasar el proyecto, que incluye las rotondas de la Bandera y las Garantías Sociales.
Los ejemplos son muchos y ahora estamos a punto de añadir el de la carretera de 107 kilómetros del cruce de Río Frío hacia Limón. La obra podría quedar desfasada antes de la inauguración por imprevisiones del Consejo Nacional de Vialidad (Conavi). Cuando se contrató el diseño a la constructora China Harbour Engineering Company (CHEC), no se tomó en cuenta el aumento del tráfico de camiones de carga que produciría la apertura del megapuerto de Moín ni la inauguración del corredor vial de Chilamate-Vuelta de Kooper, por donde transitará buena parte de la carga destinada a Nicaragua y el resto de Centroamérica por el puesto fronterizo de Tablillas.
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El diseño consideró el tráfico anterior al 2016, según informes recientes del Laboratorio Nacional de Materiales y Modelos Estructurales (Lanamme), que ratifican advertencias planteadas con anterioridad. La imprevisión no solo amenaza la fluidez del tránsito, sino también la duración de la carretera, cuya capa asfáltica no tiene la resistencia requerida por el aumento de tráfico pesado.
El riesgo de deterioro prematuro obedece a la omisión del estudio de tránsito en el contrato suscrito con CHEC. En su lugar, se utilizaron los datos disponibles en el momento de la contratación. El diseño quedó listo el mismo mes en que abrió la carretera de Chilamate y un año antes del inicio de operaciones en el megapuerto.
El ministro Rodolfo Méndez Mata señala, molesto, la dificultad de encontrar remedios a estas alturas. Los señalamientos del Lanamme llegan a destiempo y se basan en los estándares más altos de la industria, afirmó. No obstante, los estudios de tráfico no existen y eso constituye una grave omisión.
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El enojo del funcionario es fácil de comprender. «¡Estamos luchando por sacar el proyecto adelante!», exclamó. Y no ha sido fácil. La contratación de la carretera a Limón ha estado plagada de errores y controversias. El avance de la obra no es el esperado y la fecha de entrega podría volver a posponerse. El propio ministro, sin embargo, ha insistido una y otra vez en la necesidad de poner la planificación y la ingeniería por delante.
En prácticamente todos los casos relacionados con vías prematuramente obsoletas se aducen factores apremiantes para explicar la ejecución de la obra sin total certeza de su utilidad para los requerimientos del futuro. A la 27 le había llegado la hora y la construcción no debía posponerse un día más. El paso a desnivel de Guadalupe no podía sufrir retraso porque otras dos obras dependían de su ejecución. Puede ser que la construcción, para luego considerar la ampliación, sea el mal menor, pero es imposible dejar de preguntar si algo más de previsión está fuera de nuestro alcance.