La Fuerza Pública impidió a pequeños grupos de revoltosos, violentos y en algunos casos armados con cocteles molotov, el cierre de vías en diversas regiones. Son incapaces de hacerse notar de otra manera. En un despliegue de inaceptable arrogancia, circularon mensajes de audio dando el fin de semana de plazo a la población para abastecerse de artículos de primera necesidad en previsión de los bloqueos.
Sobrestiman su fuerza y subestiman la de la Policía cuando decide ponerles coto. No lograron los pretendidos cierres de vías; sin embargo, la intención quedó clara. Debemos repudiarla, y no hay mejor forma de hacerlo que agradecer a la Fuerza Pública y felicitarla por su eficaz intervención.
La intentona de sumir al país en el caos nació del llamado Movimiento Rescate Nacional, uno de cuyos líderes, José Miguel Corrales, abandonó las protestas en octubre debido a la infiltración del crimen organizado, según dijo. Aquellas revueltas, también escuálidas, pero más eficaces en su propósito de sembrar el caos, terminaron cuando la Fuerza Pública decidió actuar. En esta ocasión, la intervención fue más oportuna.
La Fuerza Pública más bien se adelantó y desde la madrugada del lunes mantuvo el control de carreteras y puentes en puntos donde la labor de inteligencia predijo disturbios. Son zonas tan distantes entre sí como Sarapiquí, Pital de San Carlos y Paquita de Quepos, donde un grupo de antimotines, luego de hacer las advertencias del caso, dispersó a unas 40 personas que habían bloqueado la carretera mediante el uso de todo tipo de objetos. En Altamira, desafortunadamente, tres oficiales fueron heridos y se les trasladó a la clínica local. A ellos debemos especial agradecimiento.
Las manifestaciones violentas y los cierres de vías ya agotaron la paciencia nacional. Cada vez son menos los involucrados y más quienes las repudiamos, pero hay dirigentes empeñados en obligarnos a aceptar la condición de rehenes para alimentar sus fantasías de «negociar» con el gobierno.
Por eso, el encomio a la actuación de la Fuerza Pública debe ser inmediato, así como la solidaridad con los oficiales heridos. La falta de un apoyo decidido al mantenimiento del orden condujo, en el pasado, a una peligrosa timidez de la policía. Hemos sido testigos, en uno u otro momento, de una heroica autocontención frente a insultos, pedradas y escupitajos. Hoy debemos dejar claro a quienes nos protegen que eso no se espera de ellos. Esperamos, sí, el agotamiento del diálogo y la proporcionalidad de los medios empleados para repeler agresiones, pero no la pasividad.
La violencia debe ser contraproducente y la toma de rehenes —única forma de entender la suspensión del libre tránsito— nunca debe ser recompensada con el reconocimiento de legitimidad alguna a sus instigadores. La naturaleza pacífica de nuestra sociedad no la obliga a la indefensión. Ojalá el Poder Judicial aplique la ley a los detenidos. No se trata de delitos menores.
En el terreno moral, los instigadores también merecen la más fuerte condena, no solo por las mentiras difundidas para enardecer a sus seguidores, sino también por la oportunidad escogida para sembrar desasosiego. Como bien dice Daniel Calderón, director de la Fuerza Pública, los disturbios coinciden con la saturación de los hospitales a causa de la pandemia de covid-19. «En el peor momento… con los hospitales al borde de sus capacidades, irresponsablemente Rescate Nacional aparece nuevamente haciendo llamados para realizar bloqueos y otro tipo de acciones en todo el país», escribió el jefe policial. No podría tener más razón.