Una ola de crímenes inunda los cantones limonenses de Pococí y Siquirres. El fenómeno no está centrado solo en sus ciudades cabeceras, ocurre también en poblados y caseríos, en zonas rurales antiguamente bastante tranquilas.
Ya no: con mucha frecuencia se cuece a balazos a personas; se asaltan sedes de empresas, camiones remeseros e incluso sucursales bancarias y transportes que sacan los productos de exportación son robados, o su carga es contaminada para esconder droga, principalmente, destinada a los mercados europeos.
No quiero cargar las tintas sugiriendo que estamos frente a un territorio “sin ley y sin orden”, porque tampoco es así, pero sí deseo señalar que tenemos un serio problema delictivo ahí.
La pregunta es por qué. No hay explicaciones sencillas. Para empezar, no parece ser cierto que el problema lo cause una extendida pobreza y la falta de empleos como, por ejemplo, en los arrabales de Puntarenas, donde sencillamente no hay futuro para miles de personas.
En Pococí y Siquirres, como en otros cantones rurales, hay más pobreza que en la Gran Área Metropolitana. Sin embargo, hablamos de una de las regiones más dinámicas del país, polo de producción agroexportadora y sede de una pujante ciudad intermedia (Guápiles), que cumple una función de articulación entre el puerto de Limón, la región norte y el Valle Central. O sea, el elevado crimen cohabita con cierta prosperidad general.
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Tenemos que escarbar más. Digamos que la geografía resulta de especial interés para las estructuras criminales: si se enquistan en una zona de producción y de paso, lograrían insertarse en la dinámica económica nacional.
También habría que revisar el modelo de crecimiento local: quizá la riqueza se concentra en pocos, o sale de la región, y la mayoría se queda con migajas. Es necesario ver el perfil específico de actores criminales que asolan ese territorio, que podría ser distinto al de otras partes, como por ejemplo al de las zonas fronterizas.
Las personas expertas en criminología saben que las teorías generales sobre las causas de la delincuencia son de poca utilidad. El diablo está en los detalles: las intervenciones públicas tienen que atender los factores específicos de cada lugar mediante estrategias particulares. Los riesgos políticos, en cambio, son similares: que las estructuras criminales se conviertan en poderosos actores del poder local.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.