Por una coyuntura irrepetible, como candidato de Restauración Nacional (PRN) ganó la primera ronda electoral del 2018 y se enfrentó en la segunda a Carlos Alvarado, también producto, en buena medida, de la polarización fabricada alrededor del matrimonio igualitario. Pero lo que funcionó en un contexto nacional tan particular era muy difícil que lo hiciera, dos años después, en uno local. Fabricio no lo entendió y fracasó estrepitosamente, junto con su Nueva República (PNR), en las elecciones municipales: ningún alcalde y solo 19 de 508 regidores.
Apunto tres graves errores: 1) Centrar la campaña por las alcaldías en él, no en los candidatos, competidores reales y más cercanos al electorado. 2) Desdeñar los temas locales, ejes del proceso, e insistir en una difusa agenda de “vida y familia”, con rasgos confesionales, no humanistas. 3) Suponer que ni la división PRN-PNR ni el distanciamiento de la Alianza Evangélica de ambos afectaría la fuerza de sus propuestas ante los feligreses de esa corriente religiosa.
Siguen tres consecuencias: 1) La apuesta a su imagen como tracción convirtió el fracaso del partido en uno personal, que tendrá graves repercusiones, incluso para su liderazgo interno. 2) La incapacidad para renovar su agenda monotemática, oportunista y anémica ha puesto de manifiesto las serias fallas programáticas del PNR. 3) Colapsada su estrategia, enfrentado a Restauración, miope en su lectura del entorno y limitado en su capacidad de adaptación, el partido Nueva República enfrentará enormes dificultades para consolidarse como estructura.
¿Y hacia el 2022? Nada puede predecirse. Pero si hasta el diputado Carlos Avendaño, presidente de Restauración, declaró que “lo del 2018 fue coyuntural”, podemos suponer que el cambio en las circunstancias, junto con sus vicios de origen y las enormes falencias reveladas el domingo, auguran una cuesta muy empinada para el llamado fabricismo.
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El autor es periodista y analista.