El estado de confusión no durará para siempre y las identidades políticas que articularán nuestra sociedad en las próximas décadas se forjarán en estos años
Luego de la guerra civil de 1948 se cimentaron las identidades políticas que ordenaron la sociedad costarricense durante los siguientes cincuenta años. Los triunfadores se articularon mayormente alrededor del “liberacionismo”; los perdedores, unidos por el “antiliberacionismo”, se amalgamaron décadas después alrededor de la bandera socialcristiana, de raigambre calderonista.
La tensión “liberacionismo-antiliberacionismo” era el motor de la política. La gran mayoría de la ciudadanía, en distintas generaciones, se reconocía bien representada por esa dualidad. Hasta los ochenta, el liberacionismo era el vector reformista y el antiliberacionismo actuaba fundamentalmente como freno, situación, por cierto, que luego cambió (pero esa es otra historia).
En el proceso, otras identidades políticas perecieron. Desapareció el republicanismo liberal que, en sus distintas versiones, dominó las elecciones hasta los cuarenta. El comunismo, perdedor en el 48, quedó relegado a corriente menor, luego de haber gozado de amplio respaldo popular, y finalmente desapareció hacia el fin de siglo.
El punto más general es que las identidades políticas usualmente se han forjado alrededor de acontecimientos traumáticos, pero también al calor de desigualdades profundas y persistentes que movimientos políticos de distintas persuasiones visibilizan para crear apoyos “cautivos”. Las personas de a pie desarrollan sentidos de pertenencia hacia ciertas causas y organizaciones y los líderes procuran representarlas.
La política sin identidades políticas, o con unas muy erosionadas y efímeras, es el pantano de la confusión en el que caminamos a lo largo de este siglo. La ecuación pareciera ser “cuantos más partidos, menos identidad”. Tenemos agrupaciones que producen cosechas circunstanciales de votos, pero no generan sentido de pertenencia política. Desde esa perspectiva, pienso que el PAC no aprovechó su oportunidad.
No afirmo que necesitamos acontecimientos traumáticos para originar nuevas identidades políticas. La preservación de la democracia es un bien superior y no debemos echar atrás la rueda de la historia. Lo que sí creo es que este estado de confusión no durará para siempre y las identidades políticas que articularán nuestra sociedad en las próximas décadas se forjarán en estos años. Ojalá una de ellas no sea proautoritarismo ni socialmente retardataria.
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