“La niña Bertha y el señor Kafka” es un relato de mi autoría, publicado a mediados del 2016. Circuló como obsequio entre mis amigos, y unos pocos ejemplares se vendieron en las librerías, de manera que bien puede considerarse inédito. La historia, inventada originalmente para mis nietos, está basada en un hecho real, del que dejó testimonio Dora Diamant, novia del escritor checo Franz Kafka.
Ya muy enfermo, Kafka se encontraba en Berlín, donde lo atendía regularmente un destacado médico. Cierto día, mientras él y Dora descansaban en un parque berlinés, fueron sorprendidos por el llanto de una niña que lamentaba la pérdida de su juguete favorito, una muñeca.
El escritor se compadeció de la pequeña y, con el fin de calmarla, inventó que la muñeca le había dejado con él una carta en la que explicaba que solo había salido de viaje.
Dijo que él tenía la misiva en su casa y prometió llevarla consigo la siguiente vez que se vieran. Kafka escribió, no solo aquella primera carta, sino otras, en las que la muñeca describía sus viajes.
Fueron unas pocas, porque su estado de salud —le quedaban menos de cuatro meses de vida— le hacía penosa la escritura.
Al morir Kafka, en junio de 1924, la niña habría cumplido tal vez cinco años. Más tarde hubo mucho interés en localizarla con la esperanza de que ella hubiera guardado las cartas, pero hasta hoy se desconocen su nombre y su suerte. En suma, las cartas nunca aparecieron.
En el texto de mi relato —una historia inventada, he indicado— incluí una carta en la que la viajera planea visitar a la familia Kafka, en la ciudad de Praga, dato del que debe inferirse que la muñeca conoció a Valli, Ella y Ottla, las tres hermanas de Franz.
Como la literatura todo lo permite, hace poco tiempo decidí escribir la segunda parte del relato. La inicié siguiéndole la pista a la amiguita berlinesa de Kafka y la localicé en 1932, cuando ya ella era una adolescente y sus padres la habían inscrito en la rama femenina de las Juventudes Hitlerianas.
Iniciada la II Guerra Mundial, la dulce niña que había despertado la ternura de Dora y Franz —ambos judíos— se convirtió en una diabólica guardiana del campo de concentración donde los nazis asesinaron a las hermanas Kafka.
Bien entendido, nunca me atreveré a publicar esa segunda parte de mi relato.
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