Me pregunto si el color del cristal con el que se mira depende de la profesión o el oficio que se ejerce. Tuve una vez, con un científico social que regresaba de una misión académica en una ciudad ribereña del Mediterráneo, una conversación que desembocó en los temas que agitaban al mundo.
En aquellos días, las organizaciones ecologistas del planeta se movilizaban, y en Costa Rica lo hacían principalmente alrededor de preocupaciones que hoy nos parecerían elementales: la deforestación, el uso de agroquímicos y la reducción de la capa de ozono. El calentamiento global se mencionaba, pero aún no ocupaba el proscenio mediático.
No recuerdo cómo, este químico distraído abordó la cuestión de la contaminación de los océanos: estaban, por así decirlo, en el ambiente, el mercurio y la enfermedad de Minamata, así como el problema de las aguas servidas tiradas al mar sin tratamiento.
Esto despertó al optimista que dormía dentro del científico social y, basándose en las observaciones que él había hecho en el Mediterráneo occidental, me dio unas lecciones sobre el desbocado alarmismo de los fanáticos ecologistas. Afirmó que el impacto ambiental del vertido de aguas residuales urbanas en los mares era insignificante, ya que en el megapuerto y centro turístico que había visitado ese nimio problema había sido resuelto de manera magistral mediante la construcción de un conducto submarino que llevaba las aguas contaminadas mar adentro, hasta una distancia —que a mí me pareció desmesurada— donde la abundancia excrementicia de los vertidos contribuía a aumentar la población ictiológica, un resultado de importancia económica "nada despreciable”.
Eran días apacibles, no aptos para asolear divergencias, así que le di la razón y orienté la conversación hacia una visita que en tiempos lejanos hice a unas fábricas de perfumes del sureste de Francia, durante la que disfruté, en un puertecito del mar de Liguria –una de las divisiones clásicas del Mediterráneo–, de una mesa de pescado, moluscos y crustáceos.
Me deleité describiéndole los “vinos del país” con los que acompañé aquellos frescos y deliciosos productos de marisquería extraídos de las aguas que recogían los desechos urbanos de las costas de tres continentes, y quedé muy convencido de haberle hecho agua la boca.
El autor es químico.