A principios de diciembre explotó en Estados Unidos esta bomba informativa: “Innegable evidencia: los documentos clasificados que revelan el masivo engaño de la guerra afgana”. Obtenidos legalmente por el Washington Post, los documentos ponen en evidencia que el Pentágono le mintió sistemáticamente al público sobre los supuestos avances militares y políticos logrados con una guerra que ya dura 18 años y es imposible de ganar. Se originaron dentro de un proyecto interno del mismo Pentágono, ejecutado por la Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán y dirigido a hacer “una evaluación tan honesta cuanto sea posible sobre el atolladero” acumulado durante las administraciones de Bush, Obama y Trump. Se buscaba elaborar un informe sobre las lecciones aprendidas, útil para evitar en el futuro metidas de escarpines similares.
Aparte de las casi 22.400 bajas sufridas por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos hasta fines del 2019, la guerra ha tenido un costo de un billón (billón universal: un uno seguido de doce ceros) de dólares, lo que llevó a decir a un oficial de élite de la Marina, asesor de Bush y de Obama: “Después de la muerte de Bin Laden me dije que, de solo pensar en lo que nosotros habíamos gastado en Afganistán, Osama probablemente estaría muerto de risa en su húmeda tumba”. Otro alto oficial, el zar de la guerra afgana en la Casa Blanca durante las administraciones de Bush y Obama, confesó: “Carecíamos de una comprensión básica de Afganistán, no sabíamos lo que estábamos haciendo (…) no teníamos la más vaga idea de lo que estábamos emprendiendo con aquella invasión”. Se comenta también que, para ocultar el desastre de la guerra, se entregaron al público estadísticas manipuladas, y que los líderes de EE. UU. “hicieron la vista gorda” ante el manejo corrupto de la ayuda por parte de los gobernantes afganos.
El asunto no nos concierne a nosotros. Solo nos convendría anotar que la idea de la invasión de Afganistán la planteó por primera vez en Washington, en febrero de 1998 y ante una comisión del Congreso, un aventurero italiano naturalizado estadounidense, vicepresidente de una de las grandes compañías petroleras. Lo último que se supo de él es que dirigía una institución internacional… en Costa Rica.
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El autor es químico.