Parte considerable de la huella de carbono personal se origina en los viajes por vía aérea. De las personas magras se puede decir que su huella es más tenue que la de las rellenas, pero eso no es necesariamente un consuelo.
La pertinencia y la frecuencia de los viajes cuentan. Cierta vez recibí una invitación para participar, en una isla del Caribe, como expositor en un seminario. Mis funciones académicas hacían que la temática del cónclave me resultara familiar, pero, al no tener claro por qué me tomaban en cuenta, decidí declinarla.
Sin embargo, un colaborador listo observó que el inicio del seminario coincidiría con mi regreso de un viaje que haría a Madrid invitado por el gobierno español —del PSOE, no digo más— y el vuelo Madrid-San José de Iberia hacía escala en aquella isla.
“Jefe, ¿no sería elegante que fuera de todos modos y les anunciara antes que usted se encarga del transporte para aliviarles la carga económica?”, me sugirió.
En efecto, no hubo problemas para que Ibeia “quebrara” mi boleto de regreso. La misma persona —me enteré más tarde— que había propuesto que me invitaran llegó a recibirme en el aeropuerto. Su cara de sorpresa al encontrarme me reveló que yo no era el personaje esperado por él.
Hice despliegue de cara dura, presenté mi ponencia y cuando regresé no dije ni pío sobre el desaguisado, pero una discreta indagación me llevó a descubrir que mi “promotor” antillano era un sacerdote que visitaba con frecuencia nuestro país y había entablado sólida amistad con un funcionario del MEP cuyo nombre tenía algo, no mucho, en común con el mío.
El olvido me ayudó a sepultar el incidente, pero este reemergió hace poco cuando, al enviar al reciclaje un ejemplar apolillado de uno de mis libros, me percaté de que, a pesar de que creía haberlo suprimido, en uno de los relatos aparece un fragmento de diálogo en el que un personaje comenta el caso —auténtico— de un académico local que solo después de emprender su regreso descubrió que había asistido, fragmentariamente, pero asistido, a las actividades de un congreso científico muy diferente a aquel que había dado origen a su desplazamiento. “Solo en Europa se les ocurre realizar dos congresos científicos simultáneos en la misma ciudad”, fue su excusa.
El autor es químico.