Dependiendo de cómo salgan de él, los sobrevivientes tendrán tiempo para narrar sus experiencias durante el naufragio. Algunos lo harán con tanto acierto que sus descendientes aprovecharán sus testimonios para evitar que ocurran nuevas catástrofes o para hacer que en el futuro otros sobrevivientes tengan mejor suerte. “Y así sucesivamente”, escribiría si me ahogara el optimismo.
No se me ocurre la imagen surrealista de un pasajero sentado en el salón del barco, escribiendo sus predicciones sobre un imposible arribo al litoral, al tiempo que a su alrededor los marineros improvisan con el piano una balsa de salvamento; ni a Charles Chaplin le habría tolerado tal escena, pero ahora la estoy viendo protagonizada por unos comentaristas tan extraviados que los creo capaces de poner en subasta, sobre las olas, la chatarra del navío que se hunde inexorablemente. ¡Qué sobreabundancia de profética clarividencia! Por ejemplo, leía un día de estos un artículo firmado por tres ex gobernantes europeos, de gran fuste, pero ya caducos, usuarios de esas puertas giratorias que conducen desde las cancillerías a los depósitos de momias llamados institutos de investigación y, al concluir, mi taza de café fue a parar al piso mientras una gran carcajada me hacía perder el resuello.
Con inevitable mentalidad colonial, aquellas momias ultramarinas diseñaban a su gusto el mundo ideal de la pospandemia, pero el artículo fue publicado menos de 24 horas después de que Trump torpedeara la OMS, uno de los pilares fundamentales del castillo de arena. Igual júbilo me provocan los personajes que declaran estar escribiendo diarios, canciones, poemas y narraciones basados en las dramáticas experiencias de distanciamiento físico que les ha deparado la pandemia. Qué ganas me dan de recordarles que el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, fue escrito más de 50 años después de la epidemia que inhumó a la mitad de los londinenses.
Cuánta falta me hace el experto que explicará por qué hablamos de distanciamiento social y no civil, ya que, por ser el distanciamiento militar imposible, las fuerzas armadas de ciertos países se están convirtiendo —vea lo que está ocurriendo en un hospital naval y en dos portaviones— en óptimas diseminadoras de la covid-19.
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El autor es químico.