En un pasillo comercial, observo sin proponérmelo un raro movimiento en el bolso de cuero de una atildada señora. Descubro la cabeza y luego el cuerpecito de un perro minúsculo. El animalito va embutido en un apretado suéter amarillo de lana. Enseguida recuerdo los afiches que advierten sobre la prohibición de circular en el supermercado en compañía de mascotas, pero la tranquilidad de la señora me hace creer que, por debajo de cierto tamaño, los empleados de seguridad ni se fijan en ellos. Además, uno siempre simpatiza con quien trata con ternura a sus mascotas. Minutos después, al pasar frente a la sección donde nunca nos detenemos los condenados por el médico a evitar en la mesa todo cuanto en vida caminaba, nadaba o volaba, veo a la dama del perrito describiendo, por encima del cristal del refrigerador, el corte que desea llevar de un trozo de lomo que a los vegetarianos les parecería obsceno. Siento que se forma una nube en mi memoria y me digo: “Creo conocer el nombre de esa señora”.
En el camino de regreso me desalienta mi incapacidad de recordar dónde la conocí, aunque por alguna razón pienso que se llama Elizabeth. ¿Por qué no Isabel, como corresponde en español? Sin embargo, ya, ante mi biblioteca, caigo en la cuenta: los dos encuentros con la señora del perrito habían removido en mi mente el nombre Elizabeth Costello, título y personaje de una novela de John M. Coetzee, mi escritor sudafricano favorito. En setiembre del 2003, el mismo día en que se anunciaba que Coetzee había sido declarado Nobel de Literatura, corrí en busca de una librería para comprar esa novela, publicada pocas semanas antes. En ella, la escritora australiana Elizabeth Costello imparte tres conmovedoras conferencias sobre la vida y la muerte de los animales avasallados por los seres humanos.
Por casualidad, hace pocos días recibí el más reciente libro de Coetzee, publicado a mediados del año pasado, en el que el nobel hace retornar a Elizabeth en siete cuentos, de los cuales el primero y el último se titulan, precisamente, El perro y El matadero de cristal. Se trata de unos extraordinarios relatos sobre los aspectos morales de nuestras relaciones con los animales, que van desde el amor-odio entre los seres humanos y sus mascotas, hasta la crueldad de la industria cárnica.
duranayanegui@gmail.com
El autor es químico.
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