Columnistas

Polígono: Dominación

El más reciente libro de Coetzee contiene dos extraordinarios relatos sobre los aspectos morales de nuestras relaciones con los animales.

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En un pasillo comercial, observo sin proponérmelo un raro movimiento en el bolso de cuero de una atildada señora. Descubro la cabeza y luego el cuerpecito de un perro minúsculo. El animalito va embutido en un apretado suéter amarillo de lana. Enseguida recuerdo los afiches que advierten sobre la prohibición de circular en el supermercado en compañía de mascotas, pero la tranquilidad de la señora me hace creer que, por debajo de cierto tamaño, los empleados de seguridad ni se fijan en ellos. Además, uno siempre simpatiza con quien trata con ternura a sus mascotas. Minutos después, al pasar frente a la sección donde nunca nos detenemos los condenados por el médico a evitar en la mesa todo cuanto en vida caminaba, nadaba o volaba, veo a la dama del perrito describiendo, por encima del cristal del refrigerador, el corte que desea llevar de un trozo de lomo que a los vegetarianos les parecería obsceno. Siento que se forma una nube en mi memoria y me digo: “Creo conocer el nombre de esa señora”.








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