Lo más grave es que tan siniestra idea hace juego perfecto con la monstruosa regurgitación materialista ejecutada, en un balneario mexicano, por la reliquia burocrática llamada Christine Lagarde, cuando aún era directora gerenta del Fondo Monetario Internacional. Dijo: “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global: debemos hacer algo, y enseguida”. Y, de hecho, ese algo ha sido sugerido de manera sibilina por otros funcionarios internacionales que, al parecer, verían en la eutanasia obligatoria de los viejos un excelente método para apresurar el deceso de los “miembros improductivos de la sociedad”. Lo que nos lleva a preguntar: ¿También de los menos escolarizados?
Si con eso no es suficiente para dar por nacida la ideología de la gerontofobia, hay más: lo anterior entra en resonancia con la posición de muchos economistas que, sin ser negacionistas del cambio climático, se oponen a que, para evitarlo o paliarlo, se tomen medidas que de algún modo pudieran limitar el crecimiento económico. Fanáticos del PIB dicen confiar en que las generaciones futuras tendrán mayores recursos financieros y superior capacidad tecnológica para enfrentar con éxito las consecuencias de ese cambio. Pero, en el fondo, apuestan por que, si a pesar de todo se llegara en el futuro a una situación catastrófica, el número de víctimas humanas de esta no pasaría de unos centenares de millones distribuidos en África, Asia y Latinoamérica.
Anunciamos aquí lo que llamaremos antroposarcopleonastía, es decir, ideología de la carne humana dispensable.
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El autor es químico.