Enero del 2051. Como se planeó con tiempo, nuestro país ya está totalmente descarbonizado. Aunque no conozco con detalle la hoja de ruta que siguió el pintor, les ofrezco a mis compatriotas del pasado una descripción de lo que, si pudieran estar aquí, sería para ellos un cuadro tan irreconocible como hermoso.
Me satisface confirmar que las únicas fuentes de energía utilizadas en nuestro territorio son la combustión de vegetales secos –para lo cual hemos ordenado y perfeccionado la explotación de las tierras de vocación agrícola– y la electricidad. Ahora bien, la electricidad que consumimos es casi toda de origen geotérmico –el subsuelo bulle agitado y ardiente–, fotovoltaico –el sol brilla como promedio once horas y media diarias– y eólico –nuestros vientos soplan serenos y controlados–. Por otra parte, la producción hidroeléctrica no es mayor que cuanta se daba en aquel tiempo, cuando se prohibió en el país la construcción de nuevas represas y sus plantas generadoras. (Sería en extremo aburrido comentar cuán difícil fue expropiar ese diez o doce por ciento del área del país que hoy se destina a parques fotovoltaicos y eólicos; sí conviene destacar que, para aliviar la creciente escasez de espacio en los cementerios, todos nuestros cuerpos están destinados a ser cremados una vez que crucen la temida frontera.
Es notable la ausencia de aeronaves de línea en nuestro cielo, pues está prohibido por ley que vehículos consumidores de combustibles fósiles sobrevuelen nuestro territorio a alturas inferiores a los diez mil metros. Del mismo modo, los navíos movidos con carbón, gas o derivados de petróleo no pueden navegar en nuestro mar territorial ni permanecer en nuestros muelles por más de dos días. En consecuencia, la mayoría de las personas que viajan hacia nuestro país por vía aérea o marítima desembarcan en puertos y aeropuertos de países vecinos, desde los cuales son transportadas hasta nuestras fronteras para que aborden cómodos y veloces trenes eléctricos de país descarbonizado. Como es lógico, quienes emprenden un viaje, ya sea como turistas o por razones de negocios, siguen el orden contrario: se desplazan en tren eléctrico a una frontera y, desde ahí, en vehículos que pueden ser o no ser contaminantes, hasta un puerto o un aeropuerto extranjero. (Continuará).
El autor es químico.