El 7 de agosto de 1993 apareció mi primera contribución a esta página de opinión. Maestro de disconformes, Julio Rodríguez me abrió un espacio en “Voces nuevas”. Ese artículo podría servir todavía: “Una democracia enferma”.
Sus temas siguen cargando el día con endémico interminable lastre: “El peso muerto de lo que existe nos asfixia. Nadie se atreve a molestar a los burócratas atrincherados… En la aritmética estatal costarricense solo existe la suma, jamás la resta”.
Cursaba, a la sazón, mi posgrado en Michigan. La contribución de mis “perspectivas” dio inicio con un fax. En más de una ocasión he sido disidente de convencionalismos, no pocas veces Casandra. Viene en mi ADN un repudio al tribalismo, donde pertenencia gregaria determina defensas incondicionales y automáticas de clan.
Cuando un rector, para excusar lo inexcusable, argumentó la posible existencia de agua combustible (¿patente pendiente?), hizo acto de complicidad tribal con hechos de vandalismo. Poco a la altura de una autoridad académica que también debe ser moral. No por ser yo también académica aplaudiré semejante desparpajo.
Es más, faltan voces, desde la academia, que tomen distancia de la violencia callejera. La autonomía universitaria merece un estrado de mayor hidalguía cívica.
Abogada de Comercio Exterior, tampoco he sido santa de la devoción de ese gremio. También he puesto el dedo en la llaga de falencias de un modelo unilateralmente exportador. Mi “herejía” de larga data terminó en una nueva conciencia generalizada del Malestar de la globalización. Pero, incluso antes de Stiglitz, advertíamos, en estas páginas, sobre el peligro social de políticas públicas dominantes que aún dejan por fuera a la mitad de la población.
No me arropan escuelas de pensamiento. Mi coherencia es un sano eclecticismo posmodernista. La verdad, siempre esquiva e incompleta, se reparte en visiones contrastadas en busca de encuentro. Para ser honesto, el diálogo debe estar abierto a la persuasión.
Hace 26 años, mi reflexión concluía diciendo: “Es de agradecer que todavía una parte de la prensa sirva de vehículo a opiniones no conformistas”. En esta introducción de mi columna, no puedo menos que terminar con las mismas palabras: ¡Gracias!
La autora es catedrática de la UNED.