¡Noche de amor! Es el momento del año diseñado expresamente para evadir el bulto de las tribulaciones. La hora llama a lo esencial: amistad, amor, familia y la bendición de ser una generación privilegiada que desconoce la guerra. ¡Solo en Costa Rica! Mis bichitos se asustan por las bombetas y me cuesta tranquilizarlos porque los humanos celebramos con explosiones la alegría de la paz.
Hasta comemos diferente en estas fechas. El exceso de peso señala que bebida y comida son compañeros ineludibles de las tertulias navideñas. Queda para enero el ajuste de cuentas con las tarjetas. Juguetes, luces y tamales adornan calles con un desenfado entusiasta que esconde miserias y soledades.
No lo digamos, entonces. No queremos recordar que existen siempre dos Navidades. Hay otra que acentúa más bien el contraste. Es la noche mala de los desamparados de la fortuna. Y, también, de los que solitarios sufren mientras el mundo canta. Es la noche de niños pobres y de padres que no tuvieron cómo colmar sus esperanzas de la visita misteriosa de un ser imaginario que reparte regalos. Por eso, la Nochebuena es también noche para soñar amaneceres en un mundo solidario bajo un sol que alumbre por igual a todos.
¡Cómo no abrazar con reconocimiento a quienes no olvidan el olvido! En estas fechas germina, en muchas almas, un sentido de pertenencia humana. Es fecha para compartir, para abrir corazones y tender una mano dadivosa al hermano desheredado. A veces, un pequeño esfuerzo basta para colmar un plato vacío y un abrazo, un alma rota. Vivimos, dichosamente, en una tierra donde la generosidad es abundante. Las ciudades reinan de anonimato, pero el cariño sencillo de nuestro pasado campesino no se borra fácilmente.
Vivimos tiempos de incertidumbre. Vientos adversos se desatan en el horizonte. Sobre nosotros se precipita la congoja de muchísimos abandonos. Un aumento del precio del arroz fue el regalo político añoso en la mesa de los pobres. Cobarde, nos tomó distraídos, como recuerdo bochornoso de problemas no enfrentados. Los nubarrones nos deben encontrar como un pueblo cívico y pragmático para desatar marañas en las que nos hemos enredado. Esta es una noche para conservar la fe. Es una noche de paz. ¡Feliz Navidad!
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La autora es catedrática de la UNED.