El arquetipo electoral pasa simplismos como evangelios. Pero en nuestros tiempos, las verdades convencionales no bastan. Estamos fatigados de formulismos. Eso explicaría, en parte, el desinterés ciudadano por el discurso político cargado de cansinas repeticiones. En un entorno que todo lo renueva, la retórica habitual se está oxidando. Esta hora de aceleradas transformaciones demanda mutaciones esenciales en nuestras formas de pensamiento.
Por eso, me resultó gratificante que Carlos Alvarado dijera que más inversión en educación o en programas sociales no es la mejor vía para resultados satisfactorios. Respaldaba así su presupuesto, en defensa de la regla fiscal, frente a la advertencia de la Sala IV de que la inversión en educación y en el PANI no cumplían el mandato constitucional, al tiempo que avalaba los topes a los presupuestos de universidades y Poder Judicial.
En efecto, nada más trillado que vincular gasto público con efectos deseados. El discurso electoral se llena la boca de echar mano a la bolsa pública hasta reventar el saco. A cada aspiración ideal, un compromiso de gasto. Pareciera apodíctico que un aumento del presupuesto educativo o social lleve a mejores indicadores formativos y mayor disminución de la miseria. Nada menos cierto.
Por eso, razón le sobra a don Carlos cuando señala el divorcio existente entre inversión y resultados. Las pruebas PISA muestran un desmejoramiento educativo y los persistentes niveles de pobreza, informalidad y desempleo son brasas ardientes de una inversión social ineficiente.
Pero se quedó corto, si razón tuvo en negarse a mayor gasto educativo o social. La modernidad se avalancha exigiendo disruptivas competencias mientras descansamos sobre un volcán de centenares de miles de hermanos en precariedad al borde del abismo.
No es suficiente decir que el gasto público no basta. Es hora de otro tipo de compromisos, de eficiencia con metas cuantificables, en tiempos debidos y con evaluación de resultados. Hasta ahí no llega el discurso político. El ahorro público es indispensable, pero la ineficiencia es tan peligrosa como el despilfarro en vacas flacas. ¿O estamos diciendo lo mismo? Así es. Ineficiencia es despilfarro.
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La autora es catedrática de la UNED.