Detrás de una planicie de flores de cristal se dibuja el mapa asustado de la patria en peligro. En cualquier momento se quiebra ese paisaje. Pero su fragilidad tiene trazos invisibles. Un tictac inexorable marca cercanías aterradoras que no se sienten. Y nada traiciona la serenidad imperturbable de un gobierno que deshoja margaritas detrás del espejo. Gesto torpe, tras impericia; propuesta fallida, tras silencio imperdonable.
Ottón Solís quedó superado. La visión rectora no es la suya. La filosofía activa del PAC es de Henry Mora: “Una cosa es estar cerca del abismo, y otra estar en el abismo”. Así hablaba Zaratustra. Así nos conducen, sin flauta, al precipicio. Eso sí, tranquilamente.
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Su voz nos dice: “¡Que no cunda el pánico! ¿Acaso no es esto Jauja? Todavía pudimos meter otra convención colectiva. ¡Y dale! Más consultorías, viajes y becas. Nada de exoneraciones. Orquestemos plañideras contra recortes. Y, si falla el llanto, rebajemos presupuestos. Charita los puentes rotos por nuestra dislexia filibustera. Y, sobre todo, que nadie haga feos a nuestros arroceros”.
En este amargo trance, ya casi no hay tiempo. Pudo ser antes, pero no lo fue. Nosotros, procrastinadores, estamos obligados a tomar decisiones a tambor batiente. Es un proceso como ninguno. La crisis sanitaria sonó las campanas de una reconstrucción de nuestro contrato social. Nadie escucha ese tañido inapelable. La sordina de lo inmediato acalla cualquier visión sostenible del futuro. No encuentro fuerzas para ser optimista. Pero no podemos desfallecer.
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Vivimos la profunda contradicción entre la fortaleza de nuestra institucionalidad democrática y la debilidad de quienes pudimos poner a representarla. En el sancta sanctorum de este desafío, necesitamos forzar a tomar decisiones a nuestros gobernantes. Yo no los entiendo, pero no hay nada que hacer. La defensa de nuestra institucionalidad nos obliga a apuntalarlos.
Vienen pagos perentorios y no hay cómo hacerlos. Si fallamos hoy, no habrá mañana. El problema de fondo es la gente: empleos, salarios, pensiones, los ingresos de la mitad de la población en informalidad, en fin, la subsistencia de más del 26 % que ya vive en pobreza. Detrás del hambre, será puesta en la picota la democracia.
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La autora es catedrática de la UNED.