Mario Bunge ha muerto cuando más lo necesitábamos.
En estos tiempos en que la evidencia, el conocimiento, la precisión y la verdad enfrentan feroces embates de charlatanes oportunistas y dolosos, su apego al empirismo y al mundo físico, su racionalidad crítica y su capacidad para investigar, crear, explicar, divulgar y polemizar resultan más importantes que nunca.
Sin embargo, tras cumplir cien años, era injusto exigirle que siguiera con vida, aunque al llegar a los 95 declarara: “Me quedan muchos problemas por resolver; no tengo tiempo de morirme”.
Pero ese tiempo llegó, y su cuerpo, que vio la luz en Buenos Aires el 21 de setiembre de 1919, se apagó el 24 de febrero en Montreal. Lo que seguirá con vitalidad es su portentoso aporte intelectual: lúcido, activo, desafiante, casi interminable, y presente en su extensa y diversa bibliografía, y en sus conferencias, artículos, clases y discípulos.
Mundos y sistemas. Tituló sus memorias, publicadas en el 2014, Entre dos mundos. Uno es el personal (Mario); otro, el académico (doctor Bunge). Sin embargo, su geografía física e intelectual fue mucho más amplia: por la universalidad de su mente, la diversidad de sus saberes, la multiculturalidad de una vida en movimiento y, sobre todo, la enorme cantidad de interrogantes que se aplicó a responder.
Como ha escrito Marcelo Bosch, uno de sus discípulos argentinos, Bunge fue un prototipo de académico e intelectual sistémico: consciente de la diversidad y dispersión del conocimiento, pero, a la vez, dedicado a un esfuerzo de integración entre lo natural y social, lo científico y filosófico, lo técnico y lo político.
El principal producto de esta gran misión integradora es su Treatise on basic philosophy, publicado en ocho tomos entre 1974 y 1989, y con edición en español (Tratado de filosofía básica) aún en proceso.
Hijo de un médico de primera generación argentina y una enfermera alemana, sus años de educación formal como físico y matemático, e informal como filósofo, coincidieron con el tiempo en que su país estaba a la cabeza del desarrollo científico y tecnológico de América Latina. Pero, también, estuvieron marcados por el ascenso del peronismo al poder, su arremetida contra la integridad y rigor de universidades e institutos de investigación, sus restricciones a la libertad y la inestabilidad política, económica y social que generó todo esto.
En sus memorias, Bunge cuenta que tanto su padre, connotado médico, diputado, librepensador, socialista, liberal y antifascista, como él, sufrieron cárcel más de una vez; en su caso, no solo con Perón, sino también en gobiernos militares posteriores. Ni siquiera pudo asistir a su graduación doctoral, en 1960, por estar en prisión.
Finalmente, la mezcla de riesgos, obstáculos profesionales, desencantos personales y embates contra la rectitud académica, lo hicieron abandonar Argentina. En 1966, se asentó en Montreal, como profesor e investigador de la Universidad McGill, y se mantuvo ligado a ella hasta su muerte.
Líneas y fuentes. Las grandes líneas de su pensamiento parten de dos fuentes esenciales: la física y la filosofía, convergen en la epistemología y se entrecruzan con la sociología, la antropología, la política, la economía, las ideologías y la ética. Todas estas dimensiones de la realidad y el pensamiento las aborda desde una profunda dimensión empírica, con depurado rigor metodológico, agudeza analítica, afán de teorización y rechazo a los disfraces científicos.
Desde esta postura, y sin pelos en la lengua o calambres en los dedos, Bunge la emprendió a menudo contra “un montón de macanas (sandeces) que se venden como ciencia”. Y su lista de ejemplos es tan abultada como provocadora: alquimia, astrología, caracterología, comunismo científico, creacionismo (o “diseño inteligente”), grafología, memética, microeconomía clásica, ovnilogía y psicoanálisis, que considera un producto del “psicomacaneo” y cuya enseñanza y práctica en Argentina censura con minuciosa frecuencia.
Bunge define su filosofía como “abiertamente cientificista” y con clara inclinación materialista. “Las pruebas que ofrezco a favor o en contra de las hipótesis filosóficas provienen de la ciencia y la tecnología”, escribe en Filosofía política: solidaridad, cooperación y democracia integral (2009).
Pero también su filosofía, sobre todo extendida al ámbito sociopolítico, tiene una profunda connotación ética. “En tanto que el universo físico carece de valores, el mundo social, así como cualquier sugerencia u orden de conservarlo o reformarlo, está cargado de valores”.
Es decir, el mundo físico es objetivo y fáctico; de aquí su rechazo al posmodernismo y todas las derivaciones teóricas que definen hechos y realidades como “construcciones sociales” o lingüísticas. Los “mundos” social y político, en cambio, están cargados de subjetividades, con las consecuentes diferencias de criterios y normas. Sin embargo, en medio de ellas es posible —más aún, necesario— distinguir entre valores moralmente superiores o inferiores. Por esto, Bunge rechaza tajantemente el relativismo normativo, aunque considera que el descriptivo es un instrumento válido de las ciencias sociales.
Hechos y valores. La superioridad de ciertos valores sobre otros, nos dice, está en relación directa con su universalidad. Califica la Declaración Universal de Derechos Humanos como “el cementerio del relativismo moral” y acude a la ciencia como instrumento para orientar la reflexión ética y la conducta moral.
Bunge afirma que, si bien las “morales” son producto de dogmas, cultura, historia y tradiciones, a la vez “pueden y deben ser científicas, en el sentido de que sus reglas pueden y deben ser compatibles con el conocimiento que la investigación científica ofrece sobre la naturaleza humana y la vida social”. Por esto, es necesario actualizar los códigos morales (y legales) a tal conocimiento.
Desde esta perspectiva, por ejemplo, es inmoral oponerse a las vacunas porque está demostrada su necesidad y totalmente superada la mitología de falsos efectos secundarios, o irrespetar, en esta pandemia de covid-19, precauciones con base científica.
Bunge guarda un respeto absoluto por los hechos, la investigación y la información. Desde ellos nos acercamos a la objetividad del mundo físico, en la que tanto insiste. Pero también recuerda que no basta con conocer datos o relatos; también, es necesario razonar sobre ellos. “La información no basta, sino que es preciso entenderla y evaluarla”, y define el conocimiento como una suma de información, aprendizaje y evaluación. “Si queremos aprender —sentencia con su estilo epigramático— no pretendamos maximizar la información, sino optimizarla".
Las consideraciones sobre la realidad, la objetividad, la evidencia empírica, el rigor, la racionalidad, el relativismo, la moral y la verdad no agotan su legado, que incluye dimensiones más profundamente científicas, tan o más importantes. Sin embargo, son tales reflexiones y clarificaciones sobre la objetividad del mundo físico, la investigación empírica, el racionalismo crítico y la jerarquización de valores las que poseen mayor importancia social actual.
Actúan como poderosos antídotos contra los virus de desinformación, simplismos, pensamientos mágicos, prejuicios, intolerancia, crispación e irracionalidad que tanto han permeado el tejido colectivo y el debate público contemporáneos.
“La verdad no es una construcción social —escribió—. Existe la verdad objetiva y sin ella no podríamos vivir ni una hora (...). Pero la verdad no se alcanza de inmediato, sino con la experiencia y haciendo investigación”.
A eso dedicó su existencia Mario Bunge, sabio de varios mundos. Su aporte pertenece a la humanidad.
El autor es periodista y analista.