ANN ARBOR– No existe una relación diplomática bilateral más trascendental que la de Estados Unidos y China, porque afecta no solo a los dos países, sino a toda la humanidad.
Y, ahora, el futuro de esta relación depende de quién liderará cada uno de los países en los próximos años.
En Estados Unidos, faltan apenas dos meses para la próxima elección presidencial y, si no surgen complicaciones, el candidato republicano en ejercicio, Donald Trump, o su contrincante demócrata, Joe Biden, jurará el 20 de enero del 2021.
En el caso de China, en cambio, casi todos suponen que el presidente, Xi Jinping, sostendrá las riendas del poder indefinidamente.
Pero si bien un cambio en el máximo liderazgo chino parece improbable, no es imposible. Así las cosas, deberíamos realmente considerar la posibilidad de cuatro escenarios diferentes en las relaciones chino-estadounidenses.
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Primero. Supongamos que gana Biden y que China sigue bajo la conducción de Xi a largo plazo. En un comentario para Foreign Affairs a comienzos de este año, Biden prometió que su principal prioridad en materia de política exterior como presidente sería restablecer el liderazgo global y las alianzas democráticas de Estados Unidos.
Quiere invertir en infraestructura, educación, investigación y desarrollo. Con una administración Biden, uno podría esperar menos drama y retórica incendiaria contra China.
Pero una acción dura contra la política industrial y la política exterior de China sin duda seguiría sobre la mesa. Una vez que se restableciera el compromiso de Estados Unidos de defender un orden global liberal, los líderes chinos presionarían menos por un liderazgo internacional.
Si se materializara la agenda de Biden, Estados Unidos estaría más seguro y, por ende, menos paranoico de un ascenso de China.
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Segundo. Trump obtiene otra victoria sorpresiva, con profundas implicaciones para las relaciones de Estados Unidos y China.
Mientras el triunfo inesperado de Trump en el 2016 fue considerado, en general, como un golpe de suerte, una segunda victoria tendría que ser tomada como un apoyo de facto a su nacionalismo demagógico y su xenofobia.
En un país profundamente dividido e inseguro, oponerse a China podría convertirse en la única cuestión que los miembros de ambos bandos de la grieta partidaria podrían abrazar.
Con ocho años de Trump en el poder, el daño infligido a la posición global de Estados Unidos sería duradero, incluso permanente.
Es verdad, un optimista podría decir que después de ganar una reelección Trump suavizaría su postura y se dedicaría a hacer negocios con China en lugar de atizar la enemistad.
Pero si los últimos cuatro años nos han demostrado algo es que Trump solo juega para su base, que responde a apelaciones emocionales, no a un análisis racional y a una deliberación.
Más probablemente, ganar un segundo mandato envalentonaría a la administración Trump para llevar los ataques contra China al extremo.
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Este escenario sería terrible para China, pero una especie de regalo para Xi desde un punto de vista político. Cuanto más agrediera Estados Unidos a China, más los ciudadanos chinos —inclusive los que se oponen al control dictatorial de Xi— lo respaldarían.
Dentro del Partido Comunista Chino (PCCh), quienquiera que se atreviera a criticar a Xi sería acusado de instigar a los agresores extranjeros y silenciado.
Tercero. Aun así, un cambio en los altos mandos de China no puede descartarse. Es cierto, frente al hecho de que China ha logrado contener la covid-19 mientras Estados Unidos sigue luchando por mantenerse a flote, Xi parece haber ganado.
Como ya ha pasado por alto los límites del mandato constitucional, podría seguir siendo el líder supremo de China toda la vida.
Sin embargo, detrás de esta fachada de invencibilidad, Xi debería sentirse tan inseguro como Trump luego de la pandemia.
A pesar de la certeza de un castigo, algunos miembros jerárquicos del PCCh recientemente hablaron en su contra y, en cuestiones económicas clave, su postura y la del primer ministro están en una abierta contradicción, una anormalidad en la política china.
En el ámbito de la política exterior, en particular, la estrategia cada vez más agresiva de Xi le ha valido más enemigos a China en un momento de tensión doméstica sin precedentes.
Para garantizar la estabilidad política necesaria para el crecimiento económico, a Deng Xiaoping, el líder supremo que lanzó la “reforma y apertura” a finales del siglo XX, le costó muchísimo establecer normas de liderazgo colectivo y sucesión institucionalizada.
Pero como Xi desmanteló sistemáticamente estas normas, el PCCh ahora enfrenta una situación en la que cualquier resultado político es posible: Xi podría gozar de un mandato vitalicio, verse obligado a entrega el poder en el 2022 o ser derrocado por un golpe repentino.
La falta de elecciones periódicas no debería dar a entender que la política china es inherentemente más estable que la de Estados Unidos u otras democracias.
Cuarto. Supongamos, a efectos de una planificación de escenarios, que un nuevo líder chino estuviera negociando con Biden o con Trump.
En un gobierno de Biden, uno, por lo menos, podría esperar que Estados Unidos entablara una diplomacia profesional. Pero si los vaivenes políticos en China coincidieran con otro mandato de Trump, no se sabe qué puede pasar.
Como dice el viejo chiste, la predicción es difícil, especialmente cuando se trata del futuro. Nadie puede decir a ciencia cierta lo que sucederá en los próximos meses y años porque las acciones y las crisis actuales, como la pandemia y las inundaciones récord, están cambiando constantemente los posibles resultados.
Aun los planes más meticulosos podrían frustrarse frente a acontecimientos inesperados; sin embargo, lo que los responsables de las políticas pueden y deben hacer es considerar diferentes supuestos basados en las características y tendencias actuales.
Depositar todas nuestras esperanzas en un desenlace que parece más factible o deseable es correr el riesgo de sucumbir a una complacencia peligrosa.
Cuando se trata de la cuestión crítica de las relaciones de Estados Unidos y China, la estrategia sensata es mirar para adelante e imaginar todas las posibilidades, por más impensables que puedan parecer hoy.
Yuen Yuen Ang: profesora de Ciencia Política en la Universidad de Michigan, es la autora de “How China Escaped the Poverty Trap y China’s Gilded Age”.
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