La pandemia y las medidas sanitarias para enfrentarla contribuyeron a empeorar una situación que venía mal desde antes: bajo crecimiento económico, elevado déficit, endeudamiento público y altísimos desempleo y pobreza.
La deuda del Gobierno Central crece a tasas elevadas y la carga de intereses estruja cada vez más otras partidas de gasto. La nota que las calificadoras internacionales de riesgo otorgan a la deuda soberana se sitúa en la categoría de especulativa y, en ausencia de medidas correctivas, pronto podría bajar a basura.
Las respuestas del presidente Alvarado a las preguntas que, en larga entrevista publicada el 5 de noviembre, le formuló el periodista de La Nación Esteban Oviedo, aumentaron mi duda acerca de si los jerarcas del Poder Ejecutivo están realmente conscientes de la difícil situación macroeconómica que enfrenta el país y si, por ende, son capaces de formular un programa de ajuste compatible con ella, que sea de aceptación ciudadana y también del Fondo Monetario Internacional como base para un préstamo.
Tamaño del reto. Unos cuantos conceptos introductorios servirán para estimar el tamaño del reto que encara el país y el del ajuste.
El primero es que por endeudamiento se entiende la relación que la deuda pública mantiene respecto al tamaño de la economía nacional (PIB). Expertos en la materia aconsejan a países como Costa Rica no sobrepasar el 40 % (los de la eurozona, que tienen más margen fiscal para atender choques internos o externos en sus economías, en el Tratado de Maastricht de 1992 acordaron un techo del 60 %).
De acuerdo con el BCCR, el endeudamiento del Gobierno Central, que constituye solo una parte del sector público, en enero estaba en un 61,8 % y en julio había subido al 65,8 %. De no actuar rápido, en poco tiempo podría sobrepasar el 80 %.
El BCCR calcula que en el 2020 la carga de intereses equivaldrá a un 5,3 % del PIB, lo cual es muy alto, pues en un año típico los ingresos tributarios andan entre el 14 y el 15 %; en el 2020 van a estar muy por debajo de eso.
Si el endeudamiento sube, la carga también, no solo porque se incrementa el saldo de la deuda, sino también porque los compradores de bonos del Gobierno, viendo que el riesgo de impago crece, exigirán una tasa de interés superior.
Dinámica del endeudamiento público. Por lo anterior, la primera consideración al formular un programa de ajuste tiene que ver con un análisis de la dinámica del endeudamiento público, es decir, de cuáles factores influyen y cómo razonablemente podrían comportarse en el futuro previsible.
El FMI tiene un departamento de finanzas públicas y sus expertos conocen al dedillo la fórmula matemática de la dinámica. Esta muestra que la elevación del endeudamiento público de un año a otro, del t-1 al t, depende de manera directa del valor del déficit primario (diferencia entre ingresos y gastos antes de intereses) respecto al PIB en el año t, así como de la diferencia entre la tasa de interés promedio de la deuda del gobierno (r) y la tasa de crecimiento de la economía (g), ambas en términos reales, diferencia que es ponderada por el endeudamiento en el año anterior.
Esta formulita es sumamente importante para efectos de política pública, pues indica que —otras cosas iguales— cuanto más alto sea el déficit primario respecto al PIB, más rápido crecerá el endeudamiento del gobierno.
Asimismo dice que el endeudamiento crecerá si la tasa de interés sobre la deuda supera la tasa de crecimiento de la economía, como fue el caso de Costa Rica en el pasado reciente y, desafortunadamente, pareciera que lo será en el futuro previsible.
La calidad del ajuste cuenta. El gobierno podría reducir el déficit primario elevando tributos o bajando gastos, en particular los redundantes, ineficientes o inequitativos.
El aumento de la carga tributaria podría a corto plazo contribuir a bajar el déficit primario, pero se corre el riesgo de lesionar el crecimiento de la economía y, entonces, lo que se ganó por un lado podría perderse con creces por el otro. Además, un ajuste recargado en el aumento de impuestos y no en el control del gasto corriente, como fue la fallida propuesta que el gobierno concibió en un inicio, en el tanto atente contra el crecimiento económico (la g de la fórmula) elevará el desempleo y la pobreza. Sería un ajuste de malísima calidad.
Por el contrario, un ajuste que se centre en estimular el crecimiento económico, cual cornucopia, ayudará a bajar la relación deuda/PIB, el desempleo y la pobreza. También, aleluya, una economía dinámica aporta más impuestos que una enferma. Un ajuste de calidad es lo que procede adoptar.
Algunas proyecciones que hice a mano alzada de la dinámica del endeudamiento público me llevan a concluir que: (a) en el plazo inmediato, lo que urge es recuperar la senda del crecimiento económico, por lo cual no es conveniente elevar la carga tributaria; (b) hay que actuar con firmeza sobre el gasto público corriente, no sobre la inversión; (c) urgen abonos extraordinarios a la deuda del Gobierno Central y para eso hay que vender empresas estatales que se desempeñan en actividades debidamente atendidas por la iniciativa privada; (d) hay que reforzar la lucha contra la evasión, pero me temo que será insuficiente y será necesario, más adelante, reformar el esquema tributario, para simplificarlo, racionalizar exoneraciones y mejorar la recaudación a través de un mayor crecimiento económico; y (e) recurrir a la mejor diplomacia para renegociar la deuda del Gobierno Central, en particular la externa.
El presidente Alvarado, en la citada entrevista, dejó claro que ha puesto toda su confianza en uno de los tantos diálogos que se dan sobre el asunto. Eso está bien si solo fuera para auscultar el pensamiento de diversos grupos de opinión, enriquecer y dar viabilidad a una propuesta base propia, no para decidir por voto mayoritario, pues el problema tiene un fuerte contenido cuantitativo y, a menos que el efecto de cada medida propuesta sea debidamente cuantificado, lo que se acuerde en las mesas de diálogo podría resultar totalmente inútil.
En particular, podría no contar con la aprobación del equipo técnico del FMI, que vive a diario, y hasta sueña, con la bendita fórmula de la dinámica de la deuda pública antes expuesta.
Costa Rica no debería intentar volver al FMI con una propuesta de ajuste cuya única característica sea contar con el consenso de un reducidísimo subgrupo de ciudadanos, pero que “no cierra”.
En particular, el presidente Alvarado en la citada entrevista afirmó que el propósito del diálogo es acordar medidas para reducir el déficit primario del gobierno en un 2,5 % del PIB, lo que, según su criterio, permitiría “cambiar la trayectoria de la deuda y hacer sostenible la situación económica de nuestro país”.
Lo siento, señor presidente. Bajar en un 2,5 % del PIB el déficit primario (respecto, por ejemplo, al del 2020) no hará que el endeudamiento del gobierno baje, porque, aunque la meta fuera solo detener su crecimiento, sería necesario convertir el actual déficit en un gran superávit primario, suficientemente grande como para compensar el crecimiento automático del endeudamiento que la diferencia entre la tasa de interés y la del crecimiento económico (r - g) conlleva. Si además lo que se buscara fuera reducir el endeudamiento, no simplemente mantenerlo en el nivel alto que tiene, será necesario un ajuste superior.
Todo lo anterior deben tenerlo presente los participantes en las mesas de diálogo, empezando por los representantes del Poder Ejecutivo y en la Asamblea Legislativa. De otra manera, ahórrense el gasto en pasajes a Washington y preparémonos para enfrentar una debacle macroeconómica muy pronto.
El autor es economista.