La conversión del agua en vino fue el primer milagro de Jesús, hecho antes de tiempo solo porque su madre se lo pidió.
“Hagan todo lo que él les diga”, dijo María a quienes servían. Ese llamado pasó a ser la guía de los cristianos. También, en la última cena, lo asoció con su sangre.
La necesidad de contar con vino para la eucaristía hizo que órdenes religiosas estuvieran entre los principales productores durante mucho tiempo, tanto en Europa como en Suramérica y California. En lo que sigue, me refiero a dos interesantes tipos de vinos.
Por esta época, bares, cafés, restaurantes y bistrós de las principales ciudades del mundo anuncian la llegada del Beaujolais nouveau, vino que se produce en los Alpes franceses, al norte de Lyon, con la uva gamay que, obligatoriamente para el proceso, debe ser recogida con la mano.
Es ligero y de aroma afrutado porque se embotella y luego se vende a tan solo 6 u 8 semanas de la vendimia. Por tanto, a una temperatura cercana a los 13 °C, debe beberse cuanto antes. Los expertos estiman que no más allá del 28 de febrero del año siguiente.
La comercialización, religiosamente observada, se inicia a las 12:01 a. m. del tercer jueves de noviembre de cada año. Además de Francia, Estados Unidos y Japón son los principales destinos del Beaujolais nuevo. Costa Rica no escapa a la celebración y, entre otros, la Cámara de Comercio e Industria Francia Costa Rica anuncia la suya para este 21 de noviembre.
Negocio seguro. Para que ocurra en todo el mundo, se necesita una gran coordinación logística, que tiene sentido porque los amantes del Beaujolais nuevo están dispuestos a pagar lo que cueste mantener ese peculiar ritual.
Para los productores, vender vino joven constituye una atractiva forma de generar rápidamente liquidez. Se calcula que este año en el mundo se consumirán unos 25 millones de botellas, muchas del ellas durante la primera noche de venta.
Pero lo que quizá no todos sabíamos es que ahora otro vino ha llamado la atención de una buena cantidad de personas, desde artistas hasta científicos y, por supuesto, de los amantes de esta bebida. Resulta que el polímata Leonardo Da Vinci, quien sobresalió como pintor, escultor, arquitecto, filósofo, botánico, poeta e inventor, entre otras profesiones, recibió del duque Ludovico Sforza (el Moro) un viñedo en reconocimiento por una de sus obras maestras, La última cena, pintada entre 1495 y 1497 en el convento de Santa Maria delle Grazie, en Milán.
El viñedo y el “divino licor” que se obtenían sobrevivieron a Da Vinci, mas no a las bombas de los países aliados, en agosto de 1943, las cuales también dañaron la Santa Cena. Qué lástima. Sin embargo, expertos en viticultura, enología y ADN de la vid excavaron el sitio para tratar de identificar el tipo exacto de vid que había sido sembrada y hasta la forma como había sido plantada.
Después de un riguroso análisis, en el 2009, concluyeron que se trataba de una especie llamada malvasia di candia aromática, para mí desconocida, pero, según la Oz Clarke’s Encyclopedia of Grapes, todavía se cultiva en Lazio y Emilia-Romaña.
Arte y vino. Identificado el tipo de uva, procedieron con gran entusiasmo a recrear cuidadosamente el viñedo, de 175 metros de largo por 59 de ancho, ubicado a solo dos minutos a pie del convento de Santa María.
“Es una forma única de demostrar al mundo cómo el arte y el vino en Italia están estrechamente entrelazados”, dijo una vocera de Confagricoltura, organización italiana patrocinadora de la recreación del viñedo de Leonardo.
La viña se abrió al público en el 2015 para visitas de 30 minutos. Pero no fue hasta setiembre del año pasado cuando se obtuvo la primera cosecha y la bebida ya está a la venta. Desafortunadamente, se trata de pocas botellas, de las cuales 330 serán subastadas a finales de este año, que podrían resultar demasiado caras para personas como su servidor.
A diferencia del Beaujolais nuevo, producido por unos 4.000 viticultores, el que, en ausencia de otro nombre llamamos Da Vinci, es producido por uno solo.
El primero se comercializa en muchos países en la misma fecha; el segundo, no; sin embargo, quizá uno pueda, cuando menos, visitar el viñedo, admirar La última cena, disfrutar alguna sabrosa pasta, vitello tonnato y tiramisù y recordar in situ a Leonardo Da Vinci, uno de los seres humanos más brillantes de la historia, el genio renacentista por excelencia.
El autor es economista.