Tardaremos en desentrañar las lecciones que nos depara la tolerancia con el desenfreno. Por varios días, el país fue tomado como rehén y no pudimos contener, no sé, lágrimas, risa, asombro, en fin, indignación, cuando un grupúsculo de transportistas se atrevió a dictar… política educativa. ¿Costa Rica o Macondo? ¡Mariposas amarillas, Mauricio Babilonia, con eso no terminó la chacota!
Me fui al lecho indignada del descaro de los transportistas que habían interrumpido el diálogo con el gobierno, con el chantaje de mantener paralizado al país, enfermos, exportaciones y turismo incluidos, si no se les entregaba, en bandeja de plata, la cabeza del ministro de Educación, Edgar Mora.
No fueron los únicos que se levantaron de la mesa. Ante semejante barrabasada, la defensora de los habitantes, que había ofrecido sus buenos oficios, dijo sentirse fuera de lugar. ¿Qué tenían que ver los posibles entuertos o aciertos del ministro de Educación con la problemática que afronta el transporte de mercaderías? Esa burda extorsión, absurda, insólita en la historia del mundo, no fue, sin embargo, el mayor disparate que vivimos esos días.
De un sueño por buenas razones inquieto, me sacó de la cama un rumor, inaudito, pero, al parecer, confirmado: el gobierno había cedido y se preparaba para una ceremonia de entrega del cadáver político del jerarca de Educación. La fiera callejera se relamió los bigotes. “Ahora vamos por Rocío Aguilar”, dijeron. Albino Vargas pidió un aplauso de victoria.
Dictadura de la calle. El ministro era lo de menos. Edgar Mora era apenas un símbolo de la fuerza tiránica de la dictadura de la calle y una medida patrón de la debilidad de carácter del talante gubernamental. El cielo se oscureció de zopilotes envalentonados con la presa obtenida y un programa escalonado de intimidaciones amenazan ahora con echar por la borda los recientes avances legislativos y el sentido mismo de la institucionalidad nacional.
Fue increíble. Una escasa gavilla de transportistas, con nimio apoyo social, había puesto de rodillas a un gobierno que no supo acudir a la verdadera fuerza que le apoya en defensa de la legitimidad: nosotros. ¡Cómo me aflige la poca valoración que tuvo de acudir al respaldo ciudadano en defensa de la institucionalidad nacional!
Actitud miserable. Las pérdidas fueron cuantiosas, la imagen de Costa Rica rodó por el fango. Un bebé estuvo a punto de perder la vida porque una ambulancia fue detenida por matones, con perdón de mi francés, y hubo mucha actitud miserable. El presidente del PLN llamó a la ocasión, oportunidad. ¿Oportunismo, más bien?
¿Quién dirá que este pueblo, violentado en sus fueros más íntimos, impedido de acudir al trabajo, a los hospitales o simplemente a la escuela, habría negado su mano al mandatario asediado? ¿Quién dirá que las savias dormidas no despiertan entonces?
En la madrugada de ese aciago día, sin víctimas y con escaso empleo de la fuerza, las barricadas fueron levantadas. No hubo muertos ni heridos graves. El poco empeño que demandó a la Fuerza Pública frenar el desatino callejero reveló la flaqueza del movimiento, la dimensión de su amenaza y el peligroso matrimonio entre sindicatos, prejuicios confesionales, falsas noticias y adolescentes manipulados.
A Albino solo le faltó hablar en lenguas. Pero su mensaje fue más claro que “ramasheka talamasoa”: él habla contra la ley de empleo público, contra la educación dual, contra la contratación por idoneidad docente, en fin, contra todo lo que signifique una sacudida al statu quo. Cualquier progreso le es ajeno. Nada más reaccionario que el movimiento sindical actual, siempre comprometido con la inercia.
Jueces en camión. Nada es más triste que haya tenido Edgar Mora que dimitir por mala razón y en peor ocasión. Si hubiera sido cierta la noticia de propiciar una celebración de la diversidad, el peor juicio merecido es, a lo sumo, de escasa inteligencia emocional para aquilatar reacciones. Peccata minuta frente a su valentía para enfrentar prejuicios, honestidad en revelar deficiencias de cartera, discernimiento en propiciar transformaciones estructurales del sistema educativo y entusiasmo impulsor de la educación dual, tan decisiva y satanizada como está.
Pero los camioneros eran mejores jueces de la labor del ministro y la deslucida opinión de los bloqueos impuso su renuncia. En mi amada patria, no me siento orgullosa de ese día.
¿Es hora de pasar la página, como si nada hubiera pasado? ¡Al contrario! Estamos avisados de dos cosas igualmente graves: se puede paralizar impunemente al país, sin importar inmensas pérdidas, y el gobierno de don Carlos, políticamente débil por discernimiento de las urnas, necesita del apoyo ciudadano para defender la institucionalidad del cargo que ostenta.
Esto no debería repetirse. Pero como sabemos, volverán las oscuras alianzas porque llegaron para esconderse y quedarse. Por eso, no podemos ver desde lejos cómo se denigra la institucionalidad. Si la flojera consagrada deja impune cualquier atropello, los tiempos marcan la hora de un empoderamiento cívico. Sin importar el ocupante, el gobernante debe saber que cuenta con la fuerza ciudadana que respalda la firmeza que su cargo impone.
Volverán a acecharlo, don Carlos. No lo dude. Volverán a acosarlo. En el siguiente episodio de extorsión populachera, no nos olvide. Acuda a la conciencia cívica. Este maravilloso pueblo no lo defraudará. Abrumado por la amenaza, recuerde que esta democracia bicentenaria descansa en una cultura muy arraigada. Este pueblo rechaza la insolencia y abomina el oportunismo de quienes buscan réditos electorales en la anarquía.
Si frente a voces destempladas se siente solo, no lo está. Detrás está su pueblo. Acuda a él antes de consentir demandas impúdicas para detener el avance de la innovación, en tiempos disruptivos. Cuente con nosotros, antes de ceder. No más cabezas de ministros rodando por caprichos de la calle. ¡No podemos seguir alimentando zopilotes!
La autora es catedrática de la UNED.