Es un mundo loco, loco, loco. El título de aquella vieja película de 1963 apenas podría calzar mejor en el grotesco escenario de la carrera presidencial de Estados Unidos. La primera escena que esperábamos con regodeo era la famosa mugshot. Así se le dice a la foto de una ficha policial. Nos quedamos esperando. Nos la negaron. De haberla tomado, no habrían pasado cinco minutos sin que centenares de miles de impresoras hubieran puesto el rostro de Trump en camisetas. Habría competido con las del Che Guevara, al otro lado del espectro político.
Solo tomaron sus huellas dactilares en lo que fue una ceremonia esquizoide: acusado y, al mismo tiempo, candidato. Por primera vez, un expresidente bajo cargos criminales entra al ciclo electoral desde el umbral de una cárcel. La alegada locura estriba en que, en un mundo cuerdo, una acusación criminal destruiría de arranque las perspectivas de un candidato. En el caso de Trump es al revés. Mientras las luces de las tramoyas encandilan su rostro rojizo, como figura favorita de los noticiarios, sobre el resto de los personajes públicos se desliza una sombra que cobija sus irrelevancias mediáticas.
Para Trump, el momento no pudo ser mejor. Vuelve al escenario en su libreto favorito, como pobrecito, se diría aquí. La acusación penal favorece su narrativa preferida, de inocente adalid contra el establishment, perseguido en cacería de brujas por las garras ocultas del Estado profundo. Es una ficción solo inteligible para iniciados en el culto de QAnon. Su gradería de seguidores se exalta indignada. Y, de repente así, una lluvia de aportes para su defensa comenzó a llenar, otra vez, sus nunca vacías arcas.
Oficialmente, las primarias republicanas para escoger candidato arrancan en febrero del 2024. Trump para entonces llevará ya muchos meses bajo los reflectores noticiosos. Y el Partido Republicano está en tal grado de subterráneo ético que nadie se atreverá a repudiar siquiera al postulante acusado no tanto de pagar por sexo, sino de disfrazar el pago para cubrir su imagen antes de una elección presidencial.
Todo es nefasto en el tablado democrático. Frente a la corte, la estatua de la libertad alicaída levanta una antorcha de luces apagadas. Chucky sonríe. Celebra su nuevo papel protagónico como mártir en el camino presidencial.
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Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.