Los aguaceros que ahogaron Turrialba fueron los peores de un julio desde que existen registros; las inundaciones en las zonas bajas de Limón, «las más grandes de la historia», en la memoria de vecinos. Torrenciales lluvias y corrientes de agua, sin precedentes en décadas, devastaron poblados de Alemania y Bélgica. En Zhengzhou, China, llovió en un día el promedio de un año. Las lluvias de la estación monzónica arremeten hoy con ferocidad recargada contra Bangladés.
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Temperaturas sin precedente en Canadá y el noroeste de Estados Unidos han generado cadenas de incendios forestales, carbonizado inmuebles y lanzado nubes de humo tóxico. En la región ártica rusa ha sucedido lo mismo. Turquía ha roto su récord de temperaturas. Finlandia padeció semanas atrás la peor ola de calor en 60 años. Los deshielos en Groenlandia y el Ártico han avanzado con rapidez alarmante; también en el Himalaya.
Nunca antes tantos y tan intensos desastres climáticos se habían producido en tan corto tiempo. ¿Habremos entrado ya en esa temible fase en que el impacto del calentamiento global ha pasado de un avance lineal a otro compuesto, más impredecible y extremo? Quizá no, o todavía. Pero lo que ningún experto serio duda es que estos fenómenos seguirán creciendo en frecuencia y devastación, impulsados por la acción humana. La esperanza es que, ante tan graves consecuencias, la humanidad (léase los países que lanzan más carbono a la atmósfera) cumpla el compromiso de mantener el calentamiento global por debajo de 2 grados centígrados en relación con los niveles preindustriales.
Sin embargo, el esfuerzo por lograrlo deberá ser descomunal y, aunque se cumpla, el efecto acumulado seguirá pasando su factura creciente durante muchos años.
Esto plantea, aquí y en cualquier parte, por lo menos dos tareas urgentes. Una, mitigación: seguir luchando por reducciones heroicas en las emanaciones de carbono; otra, adaptación: iniciativas robustas para atemperar su impacto en vidas y haciendas, mediante mejor infraestructura, normas, planes reguladores, alertas tempranas y reacción oportuna. Son inevitables mientras esperamos que la curva de calentamiento se detenga y, ojalá, comience a bajar, algo que está por verse. Pero todo indica que, aunque así sea, en los próximos años los embates serán peores.
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