“No lo sé”, dijo el Papa cuando se le preguntó si era legítimo proporcionar armas a Ucrania para defenderse de la invasión rusa que él, ahí mismo, condenó. Extrañó esa respuesta de Jorge Bergoglio, autoridad moral del pontificado romano, con la gravitas de 1.360 millones de fieles. ¿Cómo podría el pontífice, en este difícil trance, dejar de ofrecer una guía a las naciones y a su grey?
No lo hace. Condena la violación territorial y las atrocidades de la guerra, pero advierte que la desatada carrera armamentista para proporcionar armas a Ucrania puede tener consecuencias irreversibles. Según él, alentar el auxilio militar de forma irrestricta va más allá de defender a Ucrania.
El Papa es fiel al pensamiento religioso, expresado en el Catecismo de la Iglesia de 1992, bajo Juan Pablo II. Plantea que “guerra justa” es un acto de legítima defensa, con acotaciones precisas. La agresión debe ser condenada, pero la ayuda bélica a una nación agredida es justa cuando debe darse auxilio militar tras el fracaso de otros medios para detener daño duradero, grave y seguro; el socorro armado debe poseer perspectivas serias de éxito; y, más importante, no debe causar daños más graves que el mal que pretende evitar.
Desde la encíclica Pacem in terris, la Iglesia planteaba que las armas atómicas obligaban a un nuevo planteamiento moral de la guerra. Advertía de que la disuasión nuclear no era suficiente para la seguridad del mundo. La confianza mutua debería sustituir el pretendido equilibrio de las armas. Buscaba la proscripción de las armas atómicas. Esa utopía desvela su importancia en Ucrania.
El Papa no es ingenuo. Su postura va a contracorriente. Desconfía cuando el diablo reparte escapularios. El 3 de mayo, en el Corriere della Sera, rechazó ver el conflicto en blanco y negro. “Tal vez”, dijo, “los ladridos de la OTAN en las puertas de Rusia indujeron al Kremlin a reaccionar mal y a desencadenar el conflicto. Esa ira no sé decir si fue provocada, pero posiblemente sí fue facilitada”. Y añadió: “¡Cuántas veces, con la excusa de detener al agresor, las potencias se han apoderado de los pueblos!”.
La cruzada por la paz no excluye a ateos, agnósticos ni fieles, ni a justos o pecadores de una o ninguna fe. Nos necesita a todos. Yo comulgo en esto con el Papa.
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