Eduardo Ulibarri señaló, en su columna del viernes 2 de junio, varios trastornos que se presentan en una segunda ronda electoral y la resultante apretada transición presidencial: desgaste, crispación, incertidumbre, gastos.
Coincido plenamente; sin embargo, propongo una solución diferente: en lugar de “adelantar” la segunda ronda para dar más tiempo al ganador para que forme gobierno, sugiero eliminarla.
El balotaje, como también se le dice, no solo es innecesario, sino también inconveniente para la democracia.
En Costa Rica, pasamos muy tranquilos durante casi medio siglo sin tener necesidad del balotaje. Pero en las últimas siete elecciones, en cuatro ha sido necesaria la segunda vuelta.
La creciente fragmentación partidaria presagia mayor frecuencia de balotajes, menos participación ciudadana y creciente enajenamiento electoral.
El método
Eliminar el balotaje no implica inventar el felpudo de chapas, porque está inventado y se usa con éxito en varios países —entre estos, Nueva Zelanda, Australia y Alemania— y procesos electorales.
Votación por orden de preferencia o RCV (siglas en inglés de ranked-choice voting) resuelve de manera elegante y eficiente las deficiencias del balotaje y, además, aumenta el sentido de pertenencia del elector.
Con la RCV, el votante siente, con razón, que su voto no solo se contó, sino que hizo la diferencia en quien resultó elegido.
Aunque algunos califican la RCV como un procedimiento complejo, en realidad es muy sencillo. En lugar de marcar con una X en la papeleta, el votante indica con el número 1 su primera opción y con un 2 su segunda alternativa.
Una vez emitidos, se contarán los votos de primera opción (1) y se asignarán a cada candidato, y se ordenarán los nombres de mayor a menor según votos recibidos.
Si alguien alcanza la mayoría absoluta, 50% de los votos válidos más 1, resulta elegido. De lo contrario, se eliminará de la lista al candidato con menor número de votos de la primera preferencia, no sin antes asignarles al resto de los candidatos “vigentes” los votos de la segunda opción (2) emitidos por los electores.
Se vuelve a calcular el total de votos válidos —puede resultar un total menor porque algunos electores podrían no haber marcado segunda opción— y de nuevo calculamos los porcentajes de votos recibidos.
Otra vez se determina si alguien superó el 50%. Si no fuera así, se repite el procedimiento hasta que alguien resulte ganador.
Caso hipotético
Comprendo cuán difícil resulta imaginar cómo resultaría una elección como la recién pasada si usáramos la RCV. Para no inventar un ejemplo de la nada que ilustre lo anterior, se me ocurrió pedirle a Jorge Vargas Cullell, del Programa Estado de la Nación, algunos datos relacionados.
Con ayuda de Steffan Gómez y Ronald Alfaro, obtuve los resultados del panel de encuestados por el CIEP después de la primera ronda electoral en febrero, y en cuatro ocasiones anteriores.
Me facilitaron 420 registros con información completa. Ya que para la encuesta no se preguntó por quién votarían como segunda opción, presumí que si la misma persona respondió en una consulta anterior que iba a hacerlo por alguien diferente al que le dio el voto en la primera, consideraría ese nombre como su segunda preferencia. Luego, seguí el procedimiento RCV.
Los resultados me sorprendieron (vea recuadro). Usando RCV, con los datos del panel del CIEP y las presunciones mencionadas, el resultado electoral habría sido “casi idéntico” al de la segunda ronda del 3 de abril.
Rodrigo Chaves, en este hipotético ejercicio, resultaría elegido gracias a las segundas preferencias de quienes votaron por Lineth (PUSC) y por Fabricio (NR) en la primera ronda.
Chaves, del PPSD, ganó en la segunda ronda con un 52,82% frente al 47,18% de José María Figueres, del PLN. En este hipotético ejercicio, los resultados de la RCV variaron en solo un 0,1% respecto del resultado anterior a la segunda vuelta.
Ya sea porque el excepcional trabajo del CIEP captó el sentir del votante el pasado febrero o por pura casualidad, me parece que este ejercicio ilustra las ventajas de adoptar, como el estado de Nueva York hace un año para elegir alcalde, el sistema de votación por orden de preferencia.
Nuestro sistema electoral ha funcionado de manera ejemplar durante 50 años; sin embargo, en vista de los vertiginosos cambios en la sociedad, creo que amerita valorar cómo adaptarlo.
Tecnicismos
Normalicé los 420 registros del panel del CIEP para que coincidieran con los votos recibidos por cada partido en la primera ronda. Usé el mismo factor de normalización para calcular los votos de la segunda opción de cada encuestado.
Como pueden ver, agrupé a los partidos con pocos votos en la primera ronda bajo el término “otros”. Este grupo obtuvo la menor cantidad de votos como primera preferencia (normalizados en 143.024).
De los resultados de las encuestas, se puede inferir que 105.386 de los “otros” expresaron una segunda preferencia en una encuesta anterior a la primera ronda. Las respuestas de segundas opciones del grupo “otros” se asignaron y sumaron a los resultados de los demás.
Así, José María Figueres aumentó su porcentaje del 27,3% al 29,1% y Rodrigo Chaves, del 16,7% al 20%. Nadie superó el 50%. Por lo tanto, procedí a eliminar los votos del Frente Amplio (FA) y a asignar las intenciones de voto como segunda preferencia a los restantes candidatos.
Repetí el procedimiento hasta que un candidato superó el 50%. Como se observa, Chaves, gracias a las segundas preferencias de quienes votaron por el PUSC y NR, habría ganado con porcentajes muy similares en esta hipotética simulación de RCV a los efectivamente recibidos en la segunda ronda electoral.
Aficionado a los guarismos electorales.