Que el cielo me libre ya de esta mascarilla que no me deja respirar, hablar, comer, silbar o cantar a gusto. ¿Qué pecado he cometido para que se me castigue con tan cruel y pesado castigo? Esas parecen ser frases salidas de muchas personas que obvian la gravedad de la situación actual por la pandemia causada por la covid-19. Curiosamente, esta manera de pensar es bastante «democratizante», pues lo mismo surge de las más humildes personas de nuestro terruño que de aquellas figuras que ocupan las más altas esferas políticas y económicas de nuestra patria, sea en la Asamblea Legislativa, en mesas de juntas directivas o en sendos escritorios gerenciales.
¡La covid-19 por ómicron no mata! Esa frase es tan cierta como que el sol gira en torno a la tierra. Los cientos de miles de muertos en el mundo causados por esta variante del SARS-CoV-2 lo pueden testimoniar con sus lápidas; y sus familias con sus lágrimas, congojas económicas y pesares. Es una «gripecita», dicen otros; otra mentira tan grande como el universo. Quien dice eso lo único que muestra es un tremendo desconocimiento de lo que es una gripe y lo que es un episodio de enfermedad por la covid-19; pero, especialmente, de los agentes que causan la enfermedad.
Las secuelas que deja la infección por el SARS-CoV-2, en cualquiera de sus variantes, no ocurren con los virus tipo influenza causantes de las gripes estacionales que conocemos. Además, no podemos comparar virus eminentemente respiratorio, como los de influenza, con el nuevo coronavirus que afecta múltiples tejidos y órganos de varios sistemas y que nos se concentra exclusivamente en el sistema respiratorio. Cada vez más se reportan eventos de enfermedad que afectan a más sistemas o que producen nuevas afectaciones en sistemas antes descritos como blancos del virus.
Si bien la covid-19 por ómicron tiene una marcada menor letalidad comparada con las variantes predecesoras, especialmente, alfa y delta, siempre mata, lesiona, incapacita temporalmente y discapacita en forma permanente. Acoto, en este momento, que mucho de este efecto es producto, indudablemente, de la eficacia de las vacunas; no puede caber un ápice de dudas.
Las vacunas han funcionado y siguen funcionando en su propósito inicial que es evitar casos graves de la enfermedad y sus consecuencias mortales, previo paso por sistemas hospitalarios que, como describo adelante, ven altamente comprometidos sus recursos y sus posibilidades de ofrecer la mejor atención a cada persona que lo requiera.
LEA MÁS: ¿Es ‘una gripecita’ la covid-19 por ómicron?
Sistema hospitalario
El énfasis, entonces, no puede estar puesto en si mata o enferma nada más, es que hay un efecto directo sobre el sistema general de salud, sobre todo, el que tiene que ver con la prestación de los servicios de salud. Hospitales llenos al punto de la saturación solo significan problemas graves para la salud de las personas, tengan covid-19 u otro padecimiento. La capacidad de atención de los servicios se ve dramáticamente comprometida si tenemos salones y equipos médicos dedicados exclusivamente a la atención de esta enfermedad. ¿Qué ocurre con las demás enfermedades y eventos emergentes de la salud? Deben esperar su turno o deben ser atendidos en condiciones no óptimas.
Por otra parte, en cualquiera de todos los niveles de gravedad, incluso en la más leve, el simple hecho de ser contagioso merece y obliga al aislamiento y, con ello, una afectación directa sobre la dinámica económica familiar y general. Insisto: ¿solo una gripecita? ¡Pamplinas!
No sé ustedes, pero yo ya me habitué a la mascarilla, incluso, planeo seguirla usando de forma estratégica, aunque la pandemia haya acabado. Ah, es que se me quedaba un pequeño detalle: la covid-19 llegó para quedarse entre nosotros. No nos hagamos ilusiones de que por convertirse en endémica la enfermedad, vamos a volver a la normalidad prepandémica; nada más lejos de la realidad. Lo que, si ocurrirá, con alta probabilidad, es que tendremos nuevas olas epidémicas o, al menos, pandémicas, cada año; y cada una de esas veces, con importantes efectos sobre la dinámica social general.
Quizás la covid-19 nos haga volver a ver con más respeto y seriedad a la gripe estacional que afecta a cientos de millones de personas anualmente en el mundo y causa entre 400.000 y 700.000 muertes, todo ello, en medio de un aceptado nivel de endemicidad.
¿Qué tienen en común la gripes y la covid-19 aparte de que son producidas por virus, que matan, hospitalizan, incapacitan, producen cientos de miles de millones de dólares en pérdidas en la economía mundial, entre otros efectos negativos? Que se transmiten de forma aerógena, principalmente, y en mucho menor medida, por superficies y objetos contaminados. Si es la vía aerógena, ergo, por medio de partículas de saliva en sus más diversos tamaños, desde las gotas grandes hasta los aerosoles, pasando por las gotículas, las mascarillas faciales que cubren nariz, boca y mejillas, deberías ser parte de nuestra vestimenta habitual en algunas épocas el año o, al menos, parte de nuestra mochila, bolso o cartera, para uso en ciertos espacios y en ciertas ocasiones.
No sé ustedes, pero yo, al menos, no dejaré de usar la mascarilla del todo, aunque las más brillantes mentes de este planeta, y de este pequeño pero hermoso espacio de tierra que llamamos Costa Rica, decidan que ese estorboso artefacto debe irse a la basura. Eso sí, por favor, si las van a desechar, córtenles las tiras antes.
El autor es epidemiólogo y profesor de la maestría en Epidemiología en la Universidad Nacional.