El SARS-CoV-2 no es un virus chino. Es un virus con grandísima capacidad de contagio entre seres humanos. No es un mal causado por un país en particular ni por las costumbres o cultura de pueblo alguno. Bastante tiene la humanidad con la pandemia para ponerse a alimentar el odio, la desconfianza y la xenofobia.
Tampoco es un mal relacionado con la pobreza. Los supercontagiadores, en muchísimos países, fueron personas con medios para viajar, sean nacionales o extranjeras. No es de extrañar la inicial propagación en los estratos sociales medios y altos. No obstante, la amenaza es grande para las zonas populosas, donde la escasez de recursos obliga al hacinamiento.
Pero la propagación de la pandemia sí tiene responsables, desde las autoridades chinas que callaron la aparición del fenómeno durante semanas cruciales hasta los gobernantes de México, Estados Unidos y otros países, empeñados en minimizar la amenaza cuando estábamos a tiempo de limitar sus efectos.
En la enciclopedia de la irresponsabilidad, Jair Bolsonaro y Daniel Ortega tienen un lugar garantizado. A la fecha, siguen restando trascendencia a la enfermedad con extrañas invocaciones místicas. Bolsonaro no puede estar hablando en serio cuando dice que Dios es brasileño, pero la afirmación es igualmente inadmisible en son de broma. El más escuálido sentido de humanidad impide encarar la enfermedad del coronavirus con ánimo festivo.
Eso, precisamente, hace Ortega. La dictadura nicaragüense comenzó por convocar un desfile del “amor y la fe” contra la covid-19. El 3 de abril, se inició el Carnaval verano de amor Carazo 2020 con auspicio del instituto de turismo, la municipalidad y el “gobierno de reconciliación y unidad nacional” que hace exactamente dos años, en abril del 2018, asesinó a cientos de jóvenes en las calles. El festejo popular, uno de muchos, incluye la elección de Miss Verano 2020, comparsas, carrozas y chicheros (cimarronas).
El lema del régimen de Ortega no es “Quedate en casa”, sino “Sal a la calle”, en armonía con el “respeto” a la vida demostrado hace un año. Para Costa Rica, vista la porosidad de la frontera y la intensidad del intercambio, el peligro es evidente. Las medidas adoptadas para evitar el cruce de fronteras, sobre todo en Semana Santa, son de capital importancia, pero debemos alzar la voz ante los organismos internacionales para denunciar el inhumano engaño al pueblo hermano y el injusto riesgo para Costa Rica.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.