En el 2017, Costa Rica exportó productos agrícolas valorados en $4.878 millones e importó $2.481 millones. La balanza del comercio internacional se inclina a nuestro favor en una proporción de dos a uno. Algunas importaciones compiten con productores nacionales y hasta los desplazan, pero la mayoría son de cultivos imposibles de lograr en nuestro país por razones de clima y topografía.
Cuando el intercambio desplaza al productor nacional, generalmente es por calidad y precio. Gana el consumidor y la pérdida del agricultor puede ser atendida con apoyo para la reconversión productiva. La valoración final del comercio no debe ceñirse a las dificultades de los afectados, con olvido de los beneficiados. Las ganancias no solo están en la agricultura, sino en las demás actividades dependientes del acceso a mercados extranjeros, cuyos negociadores exigen el mismo trato para sus exportaciones, algunas de ellas agrícolas.
En muchos casos, los bienes traídos del extranjero contribuyen a bajar costos de la producción local, como sucede con la soya y el maíz, indispensables para las actividades avícolas y pecuarias. Esos dos granos se suman al trigo para completar el trío de nuestras principales importaciones agrícolas. Por suerte, ninguno de ellos encuentra condiciones adecuadas para el cultivo en nuestro país.
La producción costarricense es, en buena medida, complementaria con la de nuestros principales socios comerciales. Sería absurdo replantear el rumbo a partir de un puñado de intereses encontrados. Lo sensato es atender los conflictos con serenidad, sin sentimentalismos y sin demagogia, y estar prestos a abandonar el terreno donde no podemos ganar para tomar posiciones en otro más favorable.
Costa Rica, por el tamaño de su mercado y las características de su producción, solo puede aspirar al desarrollo si fija la vista más allá de sus fronteras. No puede darse el lujo de la miopía, por mucho que algún despistado intente vendérselo como virtud, con disfraz de nacionalismo trasnochado.
La insensatez de retomar el proteccionismo es particularmente grave en este momento, cuando nuestro principal mercado parece dispuesto a coadyuvar en la regresión. Por fortuna, la administración del presidente Donald Trump tiene asuntos más urgentes sobre la mesa, incluso después de la renegociación del tratado de libre comercio con México y Canadá, pero sería bastante arriesgado levantar la mano para hacernos notar.
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Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.