El dólar va y viene, pero la tendencia es al alza. Va y viene porque en eso consiste la flexibilidad cambiaria. Menos obvias y más importantes son las razones del debilitamiento de la moneda nacional. Entre ellas no está la absurda teoría de la conspiración difundida por quienes pretenden convencernos de la inexistencia de una crisis fiscal.
Atribuir el alza del dólar a una jugarreta política para asustar a la población y movilizarla a favor del plan fiscal es desconocer los factores que influyen en el tipo de cambio. El alza en las tasas de interés estadounidenses sustrae dólares de la economía nacional porque los rendimientos locales dejan de ser suficientemente favorables para justificar el riesgo percibido de invertir en un país incapaz de equilibrar sus finanzas.
Si hubiera una conspiración para elevar el tipo de cambio, el Banco Central no habría elevado las tasas de interés, el miércoles, para reconstituir el premio por invertir en Costa Rica. Tampoco hay razones para sospechar que la Reserva Federal haya decidido aumentar los intereses en función del plan fiscal costarricense.
Igualmente idiota sería negar el impacto de las materias primas importadas, en especial el petróleo, sobre la relativa escasez de divisas. Los precios de los combustibles han subido significativamente y Costa Rica los compra con dólares, como es de conocimiento generalizado.
Por sí mismos, esos dos factores, totalmente incontrolables para el gobierno nacional, constituyen una fuerte presión al alza de la divisa estadounidense. Tampoco encaja, como elemento de la conspiración, el descenso en un 28 % de la inversión extranjera directa, porque se produjo a lo largo del año pasado y nos habríamos dado cuenta si un maniático se hubiera empeñado en frenarla a propósito.
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Pero los factores internos son más importantes y, desafortunadamente, tampoco son resorte de la administración. Ni el Banco Central ni Zapote mandan en los temores de los inversionistas, a quienes presentamos un panorama de crecientes déficits, parálisis política, huelgas e intransitables laberintos institucionales. No hace falta una teoría de la conspiración para explicar la huida hacia la seguridad de la divisa estadounidense. Además, existe una deuda empinada, cuya atención exige divisas cada vez más difíciles de conseguir mediante nuevo financiamiento.
Al final, la teoría conspirativa descansa sobre la errada noción de que el Banco Central puede oponerse indefinidamente a la tendencia a largo plazo del tipo de cambio. Argentina lo intentó y perdió hasta la camisa.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.