El largo siglo XX de la política costarricense concluyó el pasado domingo. El bipartidismo desapareció desde hace diez años y ahora, finalmente, cayó el último bastión que nos conectaba con los años cuarenta del siglo anterior: el monopolio del control del Poder Ejecutivo por parte de los herederos de alguno de los bandos de la guerra civil de 1948. Como ocurre en toda nueva época, los de antes no desaparecen, pero el PLN y el PUSC ya no controlan los puestos de mando de nuestra política.
El enterrador principal de ese siglo XX no fueron las masas proletarizadas, los desesperados y condenados de la tierra. El candado lo puso una rebelión de las clases medias y, geográficamente, el Valle Central, la región más moderna y desarrollada del país. El cambio es hijo de esa modernidad que tanto impulsaron en el siglo viejo los partidos gobernantes: la de la economía abierta, urbana, conectada fuertemente con el resto del mundo. Este nuevo siglo se inicia, pues, montado en un reclamo por una modernidad diferente, más inclusiva, no en un impulso nostálgico por recuperar el pasado. El viejo y cansado león, el PLN, convertido esta vez en representante de las zonas periféricas, tendrá que reinvertarse: una oposición rabiosa, la apuesta al fracaso, podría marginarlo.
Ha sido lo más cercano que pueda verse a un acuerdo nacional por ponerle fin a una época. Estoy sorprendido por el nivel de participación electoral, alto para una elección no competida, y por la gran cantidad de votos que recibió el ganador. Ese respaldo permite al próximo Ejecutivo iniciar gobierno con más fuerza de lo previsto. Le da un aire con el que nadie contaba. La votación también fortaleció al presidente electo frente a las tribus internas de su propio partido. Ahora está en posición de tomar decisiones que no cuadren a algunas de ellas: ciertos poderes de veto interno se erosionaron.
Gran error cometería el nuevo Gobierno, si cree que el millón trescientos mil votos le pertenecen. La gran mayoría de quienes lo eligieron no son del PAC. Es gente que quiere cambio, aunque no sepa cuál; que cree que este puede hacerse en libertad y que dio una nueva oportunidad al sistema político de redimirse. A la clase política en su conjunto, no solo al PAC, el electorado le dio la tarea de resolver el dilema de destrabar el país. Como nadie tiene un cheque en blanco, ello obligará a todos los partidos a proponer sus ideas de cambio para el nuevo siglo a un electorado joven y díscolo. Visto así, la responsabilidad histórica del nuevo Gobierno es, en lo esencial, no fracasar. Una gran desilusión arrastraría al endeble sistema de partidos por el turbulento sendero de la antipolítica y los liderazgos mesiánicos.