Casi nada: cumplimos 199 años desde que la Capitanía General de Guatemala se independizó del Imperio español y los pueblos de la entonces provincia de Costa Rica se fueron en la colada, pese a los “nublados del día”. Porque, la verdad, es que hubo muchas dudas sobre si sumarnos al carro independentista o no, pese a que en el resto del continente las guerras contra los españoles ardían desde hacía rato.
Como nos lo han hecho saber los historiadores modernos, la independencia no parió a nuestro país de un día para otro. Nos tomó casi treinta años declararnos república (en 1848) y todavía una década más en reafirmarnos como una entidad política plenamente reconocida en el concierto de las naciones.
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Durante ese período hubo de todo: intentos de anexarnos a México, guerras civiles, sondeos para convertirnos en protectorado británico, pérdida de territorios a manos de Colombia, ganancia de toda una provincia (Guanacaste), conspiraciones para devolvernos a manos españolas, rechazo de una invasión filibustera. En fin…
Una época turbulenta, sin duda, pero en la que se fueron forjando los mitos fundacionales del imaginario nacional, como el alegato de Felipe Molina, diplomático tico nacido en Guatemala, quien en 1849 dijo que Costa Rica era un país pacífico, industrioso y de “gente blanca” (esa manía de despintarnos).
El caso es que, esta vez, la celebración de la independencia pasó casi de puntillas, aplastada por una pandemia que impidió la celebración de uno de los ritos seculares de la religión laica costarricense: los desfiles de escolares y colegiales, y los discursos desbordantes de fervor patriótico de cuanto funcionario que se precie de importante.
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A mí, los años transcurridos a la fecha, y esta celebración “de puntillas”, me ponen a pensar en otra cosa: ¿Cómo será este país dentro de 199 años, en el 2219? O, para ser más preciso: ¿Existirá Costa Rica en un par de siglos?
No tengo la menor idea de cómo responder estas preguntas. Puesto a adivinar, y suponiendo que la humanidad todavía existirá, pienso que Costa Rica como nación independiente habrá dado paso a otra cosa. ¿Un gobierno mundial? Quién sabe. Aspiraría, sí, a que, cuando se escriba nuestra historia, se reconozca que esta pequeña nación, mientras existió, hizo contribuciones notables a la paz, la democracia, la solidaridad y la sostenibilidad ambiental. Sería bonito, ¿no?
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El autor es sociólogo.