Ella no lograba conciliar el sueño. Un corcel desbocado recorría sus venas saturadas de deseo y abstinencia. Él tampoco podía dormir. Navegaba virtualmente al garete cuando, de pronto, un provocativo mensaje iluminó su pantalla: una persona interesada en el erotismo como género literario. Se movió su tinglado interno y, maquinalmente, le dio clic.
Pensó en algún programa nocturno, como Sleepless in Seattle, pero, pronto, constató que era más libidinoso. Una mujer solitaria en medio de la noche precisaba compartir algo con alguien. Le escribió que Skármeta, en El cartero de Neruda, afirma que el hombre que toca a la mujer con la palabra llega más lejos con la mano. Recibió de ella una carita feliz :-). Intrigado, insistió: ¿Lo conoce? Sí, le respondió: ¿Sabes lo que sucede cuando te enamoras? Te vuelves poeta, según Skármeta, como Neruda. Pablo era uno de sus escritores favoritos de la literatura erótica y le recetó un fragmento de “En ti la tierra”, de Los versos del capitán: “Rosa pequeña, a veces, diminuta y desnuda, parece que en una mano mía cabes, que así voy a cerrarte y a llevarte a mi boca”.
Las mujeres suelen abordar el erotismo con más fruición que los hombres, más torpes, táctiles y visuales. Le avergonzaba su ignorancia y estaba dispuesto a aprender. Cuéntame más, insistió. Ella asintió, a condición de no ser malinterpretada, pues no buscaba una frívola aventura, sino un intercambio maduro y respetuoso. Trato hecho. Entonces, le envió fragmentos de la mexicana Julia Saltibáñez (“Quiero que te deslices como un pez sobre mi cuerpo, escurridizo entres en mí y me hagas dentro un mar”); de la cubana Anaïs Nin (“Cuando cerraba los ojos sentía que él tenía muchas manos que la tocaban, muchas bocas suaves que apenas la rozaban, dientes agudos como los de un lobo que se hundían en sus partes más carnosas”); después, Vladimir Nabokov (Lolita), George Bataille (Madame Edwarda), la nicaragüense Gioconda Belli (Como tinaja), la costarricense Anacristina Rossi (María la noche) y la francesa Marguerite Duras (“Un día, ya entrada en años, un hombre se me acercó y me dijo: ‘Todos dicen que de joven era usted hermosa, pero la considero más hermosa ahora que en su juventud’”).
¿Será una señal? Le pidió una cita. ¡Jamás!, respondió ella: un romance virtual debe permanecer recóndito, pues develar la identidad rompería toda su magia. Él sonrió y, al cerrar la computadora, exclamó con satisfacción: ¡Ella tiene razón!
El autor es abogado y economista.