El proyecto de presupuesto para el 2020 por ¢20,5 billones representa una caída del 4,3 %, comparado con el anterior. Es una buena noticia; la mala es que semejante contracción porcentual será políticamente insostenible, aun después del 2023, cuando, supuestamente, la deuda empezará a bajar en términos del PIB. Fatiga de ajuste, diría yo; Flor de un día, entonaría Fey.
Los gastos en remuneraciones crecerán solo un 1,1 %. Sin duda, otra buena noticia; la mala es que la partida de intereses y comisiones trepará casi un 19 %. Si bien disminuyó el déficit primario (sin intereses), de -3,6 % a -2,7 % del PIB, la deuda total pasará de un 59 % a un obsceno 64,7 % del PIB. Se encenderá una luz roja en el tablero de riesgos de empresas e inversionistas. Se desploma el porcentaje de variación de la amortización a -28,6 %. ¡Albricias!, exclamarían los diputados. Sin embargo, han de saber que la alquimia financiera es un rodar de balón hacia adelante y, a largo plazo, se torna en un mero alegrón de burro. Aunque se les presente ahora como un logro, en el fondo hay muchas ringleras presupuestarias. Los grandes problemas estructurales permanecen casi incólumes y el rubro obligatorio del servicio de la deuda asciende al macabro porcentaje del 38 % del total, que le dificulta al Estado subsistir y lo compele a desertar de sus funciones esenciales y sociales. Ahí, estriba el nudo gordiano del controvertido presupuesto para el 2020: su conspicua ausencia de reformas estructurales. Sería más inteligente y “baratico” privatizar activos y empresas públicas para borrar de un plumazo la onerosa deuda pública que los obliga a mendigar.
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Hacienda pregona que ya cumplió y dio sobradas muestras de austeridad (frase popularizada por Luis Guillermo Solís) y que, como premio a tan sincera contrición, merece la aprobación de más deuda multilateral y $4.600 millones de eurobonos. ¿Qué pensarán los padres de la patria? ¿Habrán acaso olvidado los devaneos con el sindicato de la CCSS, el Poder Judicial y las universidades? Que no los acose después el remordimiento, como a Antonio Plaza, gran poeta mexicano del siglo XIX, muerto prematuramente (a los 49 años) arrepentido de haber sucumbido en vida a los encantos de una persuasiva mujer. En su tardía Flor de un día, escribió: “No esperes ya que tu piedad implore, volviendo con mi amor a importunarte; aunque rendido el corazón te adore, el orgullo me ordena abandonarte”.
jorge.guardiaquiros@yahoo.com
El autor es abogado y economista.