Cuando David Jackson descubrió en Wyoming un valle poblado de castores, en los albores del siglo XIX, no imaginó que aquel pueblito fundado por él llegaría a convertirse en la meca intelectual de los banqueros centrales. La semana pasada, Jackson Hole volvió a brillar.
Jerome Powell, gobernador de la Fed, pronunció el discurso más trascendental de su vida profesional: los retos económicos y políticos de la política monetaria. “Yo no quisiera estar en sus zapatos —dijo, en el acto, Ian Shepherdson, economista de Pantheon Macroeconomics—, pues de un solo tuit pueden aumentar los riesgos enfrentados por la Fed”. Y eso fue, poco más o menos, lo que el viernes pasado sucedió.
La audiencia congregada dentro y fuera de la sala esperaba con ansias escuchar los pormenores de cómo podría la Fed, con una política monetaria acomodaticia, prevenir la tantas veces anunciada (y pospuesta) recesión, pero China se le adelantó. Poco antes de la disertación, anunció que impondría nuevos aranceles a los productos estadounidenses en respuesta a los decretados previamente por Trump, y, claro, el mercado accionario se desplomó. Después, algo remontó cuando Powell dijo que la Fed estaría dispuesta a “actuar de la forma apropiada para sostener la expansión”, pero no fue suficiente. Las bolsas volvieron a temblar cuando Trump conminó a las firmas estadounidenses a trasladar su producción de China a otras sedes, incluido EE. UU.
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Esa volatilidad confirmó lo que Powell acababa de anunciar: “There are no recent precedents to guide any policy response to the current situation. While monetary policy is a powerful tool that works to support consumer spending, business investment and public confidence, it cannot provide a settled rulebook for international trade”. Traducido a lo tico significa que ningún banco central puede solventar todos los riesgos, en especial cuando se originan fuera de sus fronteras, como las guerras comerciales, y —agrego yo— la persistencia de elevados déficits fiscales, pues también pueden exceder la liquidez al tratar de sacar las castañas del fuego a gobiernos dispendiosos para que capten a bajas tasas de interés y evitar el ajuste fiscal necesario. Como dice el refrán, te lo digo, Juan para, que lo entiendas, Pedro.
El mensaje más cabal de Powell fue su reconfortante dosis de humildad. Cuando el balón rueda en otras canchas, ningún banco central puede (ni debe) considerarse la mamá de Tarzán.
El autor es abogado y economista.