Han transcurrido casi treinta años desde la primera vez que escuché a un presidente de la República decir que quería convertir a Costa Rica en un país bilingüe mediante la enseñanza del inglés como segundo idioma.
Ha corrido mucha agua bajo el puente desde entonces; sin embargo, estamos a años luz de conseguirlo, a pesar de la creciente demanda de un contingente de trabajadores políglotas.
Una triste evidencia de ello son los resultados de las pruebas de dominio lingüístico realizadas en el 2021 a 71.000 estudiantes de último año de educación diversificada.
Según el diagnóstico, 75 de cada 100 alumnos egresados de colegios públicos y 10 de cada 100 de secundaria privada mostraban un nivel básico de inglés, adquirido en cinco años en la aulas.
Los datos nos enfrentan, una vez más, a las enormes brechas que hay entre la educación estatal y la particular, y señalan la dura tarea que tiene el país para preparar al futuro recurso humano.
En febrero del 2020, el gobierno propuso una estrategia para promover la enseñanza de un segundo idioma desde preescolar, con la meta de que Costa Rica sea bilingüe dentro de 40 años.
El proyecto se sustenta, entre otras medidas, en la capacitación de los docentes, la contratación paulatina de más educadores bilingües y la adaptación de programas y plataformas educativas.
Todavía es muy pronto para juzgar los resultados de la iniciativa, pero resulta claro que el camino exige medidas adicionales que impacten la cotidianeidad del ciudadano y generen un verdadero cambio cultural.
Para poner un ejemplo, si en algún momento se adopta un segundo idioma oficial, imagino que habría que pensar en traducir toda la señalización pública, las leyes y la documentación oficial.
Además, para el reclutamiento de nuevos funcionarios, el dominio de ese segundo idioma tendría que ser un requisito y es posible que el oficio de traductor se convierta en un negociazo durante muchos años.
En otras palabras, para que el sueño del bilingüismo sea realidad en 40, 60 o 100 años, se requieren medidas mucho más profundas, que obliguen a la población a resolver su día a día en un idioma que no es el materno.