Hay cosas que el animal político cree por lo general que él no se puede permitir. Por ejemplo, decir lo siento, me he equivocado, necesito ayuda, no lo sé: las cuatro frases que conducen a la sabiduría.
El animal político discurre por otra vía; en su lugar, todo lo que necesita es colmillo; está destinado a representar un personaje fuera de lo común, sobrado de conocimiento, que no se turba ni se perturba, al que no aquejan dolencias o flaquezas humanas ni aplican los cánones de la virtud: alguien que existe en el imaginario público, pero no pertenece exactamente al orden de la realidad.
Tal vez por eso me resulta tan convincente el animal político que excepcionalmente, por temperamento, convicción o inadvertencia, no se reviste de ese hábito típico ni deja de ser nunca más que lo que es, una persona como las demás.
Cuando Carlos Alvarado asumió el cargo de cuadragésimo octavo presidente de la República, superaba menos que sus recientes antecesores la edad mínima exigida para el cargo, valga decir, los treinta años. No había alcanzado los cuarenta y me atrevo a decir que su hoja de vida no lo acreditaba entonces como persona curtida en las lides políticas, según al menos la perspectiva habitual.
Lo conocí durante la segunda vuelta de las elecciones del 2018, mientras me desempeñaba en una fracción legislativa que adversaba al partido que lo había promovido. En aquellas circunstancias, la impresión que me causó fue la de una persona sensata, más bien tímida, cauta o reservada, muy lejos de los vibrantes candidatos usuales en los mítines públicos. Discurría con tiento entre sus adversarios, pero reflejaba modestia, llaneza y naturalidad. Lo percibía dispuesto no solo a oír, sino a escuchar de buena fe, sin ingenuidad ni altivez, con perspicacia. Una buena persona que me transmitió confianza.
Acabo de ver una fotografía suya tomada en el Estadio Nacional, mientras observa el clásico del fútbol nacional. Si en efecto la vi, porque sospecho de mi cordura, y la foto no está trucada, porque sospecho aún más de la información, no se advierte un gesto para la gradería, sino la actitud espontánea de un simple aficionado.
A mí, ciudadano del común, el ejercicio del mandatario, en tiempos de notables agravios, no me ha defraudado. Ahora que termina, me parece justo decirle calurosamente: ¡Muchas gracias, presidente Alvarado!
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPIlegal.