A veces es bueno poner las cosas de cabeza, ponerlas al revés, para empezar a ver el sol claro. Me explico: de tanto estar pensando los problemas y desafíos pendientes del desarrollo del país, terminamos atrapados y angustiados por nuestras carencias e incapacidades. Y no hay sinrazón ahí, pues, en comparación con treinta años atrás, somos una sociedad más inequitativa, insegura y vulnerable ambientalmente; con menor crecimiento económico y más desconfiada en sus propias capacidades. Y tras cuernos, palos: una pandemia agravó varias de esas tendencias.
Antes de cortarnos las venas, sin embargo, puede ser útil cambiar la perspectiva. ¿Qué pasaría si vemos esos problemas como oportunidades para probar nuestra imaginación y nuestra capacidad de resolverlos, vía la negociación social y política, dentro de los parámetros de una sociedad democrática? Nada en nuestro ADN nos condena a seguir pataleando en el fango. Tenemos gente conocedora de temas en los que el zapato aprieta y, viendo el panorama latinoamericano, mejor prevenir que lamentar.
No hemos logrado organizar negociaciones para encontrar salidas creativas a nuestros problemas fundamentales del desarrollo. Usualmente, los llamados al diálogo y la negociación son para bajar la temperatura en coyunturas calientes o para resolver “ni modos” (por ejemplo, reforma fiscal in extremis para evitar un default). ¿Qué pasa si, contra nuestra tendencia, dos o más poderes de la República convocan una negociación para encontrar hojas de ruta compartidas sobre tres o cuatro problemas fundamentales? Enumero candidatos: inseguridad ciudadana, sistema de salud pública, empleo y educación. ¿Y si se diseña una metodología que dé garantías a las partes?
Alguien puede decirme: “Vargas, ¿qué se fumó?”. La verdad es que nada. Simplemente creo que tenemos que cambiar el rumbo a este desgaste de pleitos sin rumbo claro. Sé que las diferencias ideológicas no se disiparán en nombre de un mítico “bien común”. Lo mío es más elemental: si reconocemos nuestra capacidad y urgencia de ser mejores de lo que hoy somos, podemos aprovechar una oportunidad que la democracia da: la conversación entre diferentes para resolver problemas compartidos. Claro que, para eso, se requiere una tregua al discurso confrontativo, especialmente gubernamental, y garantías mínimas de que un llamado a negociar no es una treta política.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.