Cochinilla, Diamante y FARO. Con mnemotecnia de difícil olvido, una ristra calamitosa de naufragios éticos y políticos nos cayó encima con esos nombres triviales. Detrás de sus anodinos apelativos, está la corrupción, por supuesto, de quien deprava; del funcionariado donde fermenta la descomposición convertida en sistema; de la clase política que, sabiendo, se hace como que no sabe; y de una ciudadanía de comprensible indignación, pero de corta memoria.
Está todo eso y es lo primero que salta a la vista, y es precisamente ahí donde la fácil emocionalidad esconde lo decisivo: el revoltijo de una crisis histórica que no terminamos de desenmarañar. En Costa Rica hay que darle vuelta al calcetín en muchísimas cosas.
Parecería que este es un momento ideal para soluciones. En vísperas del gran convite democrático, se nos dice que sepamos preguntar y sepamos escuchar, y sepamos discernir el trigo de la paja. ¡Como si todos fuéramos especialistas y el voto lo dictara la razón! ¡Como si no hubiera falanges de mercaderes vendiendo candidatos efervescentes para nuestro estómago revuelto!
Un gran mercadólogo político, de repugnante memoria, Roger Ailes, enseñó el arte del disfraz electoral. “You are the message”, decía. Con ello quería transmitir la necesidad camaleónica de los candidatos, que necesitan disfrazarse del mensaje que predican. Todo debe ser uniforme: gestos, verbos y posturas deben decir lo mismo, lo que se espera que digan. Y eso lo dictan las encuestas de opinión, aunque lo que se necesite vaya más allá de la suma de angustias del momento. Y, ¡ay de quien se salte ese ritual!
Por eso, yo no voy a aconsejar al electorado sobre preguntas que hacer y respuestas que valorar. No. Ese no es mi consejo. Eso sería una trampa. En eso, equipos profesionales entrenan a los candidatos y grupos focales miden desempeños y reacciones. Más bien, como todas las cosas trascendentes, el dicho de Ailes para esconderse detrás de una fachada vendible también esconde su contrario: el candidato es el mensaje, no lo que dice y menos lo que promete. La simpatía que genere es lo menos importante, lo decisivo es lo que encarna. Nadie puede esconderse de sí mismo. Lo esencial es invisible al ojo, decía Saint-Exupéry. Lo importante no es lo que se escucha. Quien lo dice es el mensaje.
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