Excepto que obtenga una breve extensión del plazo oficial, el Reino Unido (conformado por Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte) se divorciará de la Unión Europea (UE) el próximo 29 de marzo, a las 5 p. m. hora de Costa Rica. Se trata de un matrimonio que, por como comenzó, no estaba llamado a tener larga vida, pues solo logró aguantar de 1973 a la fecha.
La creación de la UE se le debe, en mucho, a Hitler, porque fue el temor a una nueva guerra europea lo que llevó a los líderes de un grupo de países de la zona a buscar la unión mediante un área de libre comercio, donde todos actuaran como socios, no como rivales.
Una Alemania fuerte fue considerada una amenaza, particularmente por Francia, la cual hasta había abogado por que se le convirtiera en un Estado pastoril, sin ejército, sin industria y sin nada parecido. Pero, una Alemania débil no era la solución, como había demostrado J.M. Keynes en 1919 en su libro Las consecuencias económicas de la paz.
El otro gran temor era la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), fundada en 1922 y operaba bajo un sistema económico de dirección central. Debido a esos temores, seis países europeos suscribieron en 1957 el Tratado de Roma que, una vez ratificado, en 1958, creó la Comunidad Económica Europea (CEE).
La CEE luego se transformó en la UE, cuyo propósito fundamental fue establecer un mercado común, progresivamente uniformar las políticas económicas de los países miembros y –por esa vía– elevar la calidad de vida en los países, así como mejorar las relaciones entre ellos. En retrospectiva, el esquema ha tenido éxito.
Recelo. El Reino Unido (RU) no fue miembro fundador de la CEE, en parte porque se consideraba más una potencia global que europea. El honorable Winston Churchill una vez, en privado y quizá en broma, dijo a su médico algo como: “Amo a Francia y Bélgica, pero nosotros no debemos descender a ese nivel”.
En el Reino Unido la mayoría de los miembros del Partido Laborista, de izquierda, también veían con recelo a la CEE, a la cual consideraban un club capitalista.
A pesar de lo anterior, el RU hizo varios intentos por unirse a la CEE, pero encontró en Charles de Gaulle, presidente de Francia, gran oposición. De Gaulle vetó el ingreso del RU en dos oportunidades (1963 y 1968), pues consideró que su entrada permitiría, por la puerta de atrás, la de Estados Unidos, país con el cual los británicos mantenían una estrecha relación comercial, financiera y política.
Pasó el tiempo y el RU fue admitido en la CEE en 1973, cuando el cuerpo del expresidente De Gaulle tenía casi tres años de yacer sepultado en el cementerio de Colombey-les-Deux-Églises, Francia. Para entonces, las reglas de la CEE estaban definidas, sin la participación británica.
Por el lado del Reino Unido, el matrimonio CEE-RU no fue celebrado con alegría, pues voceros de sus principales partidos políticos no dejaban de refunfuñar. Muchos pensaron que el precio de los productos agrícolas subiría al tener que someterse a la política de la CEE; otros encontraron que la contribución financiera del RU a la Comunidad sería demasiado alta para los beneficios que obtendrían.
En 1975, tuvo lugar un referéndum, el cual, por una relación de 2 a 1, ganó el grupo favorecedor de la permanencia, pero en 1983 el Partido Laborista propuso una salida unilateral de la CEE, sin siquiera recurrir al referéndum.
Desafecto por la CEE. Margaret Hilda Thatcher, la Dama de Hierro, cuando se desempeñó como primera ministra británica tampoco tuvo mucho afecto por la CEE, en parte por el alto aporte presupuestario que requería de su país y, sobre todo, porque consideró que ese esquema lesionaba la soberanía del RU, al trasladar funciones clave de gobierno a burócratas domiciliados en Bruselas.
En junio del 2016, el Reino Unido, mediante referéndum, que ganó, por escaso margen, el grupo a favor de la salida (52 %-48 %), decidió separarse de la UE. Optó por el brexit, el divorcio a los 46 años de haber aceptado casarse con ella y apoyarse en la abundancia y en la escasez, en la salud y en la enfermedad.
A partir de aquella fecha, ha tratado de negociar un esquema favorable a sus intereses (en materia de aranceles, condiciones para la movilidad de personas, etc.), pero ha encontrado que la contrapartida de la UE se inclina más por la idea de que “salir significa salir”. La UE no puede conceder al Reino Unido condiciones favorables porque estimularía a otros miembros a seguir sus pasos.
Nudo gordiano. Un caso interesante es el de Irlanda del Norte (capital Belfast), que siendo parte del Reino Unido comparte con la República de Irlanda (capital Dublín), que no lo es, una isla al oeste de Inglaterra.
La República de Irlanda forma parte de la UE y de la eurozona. Aunque una utiliza la libra esterlina como moneda y la otra el euro, y los límites de velocidad en las carreteras están expresados en millas por hora en una y en kilómetros por hora en la otra.
El vínculo comercial entre una y otra Irlanda es estrechísimo (la frontera entre ellas tiene una extensión superior a las 300 millas y alrededor de 275 pasos). Un brexit implica poner rigorosos controles fronterizos entre ellas, lo cual detestan, y hasta podría exacerbar las luchas religiosas (católicos contra protestantes) de otrora.
Para resolver tan difícil situación, el RU no puede, por ejemplo, adoptar un arancel cero para las importaciones provenientes de la República de Irlanda pues –conforme al principio de "nación más favorecida (NMF)” de la Organización Mundial del Comercio– el trato deberá extenderlo a todos los demás países del orbe.
Tampoco sería una solución dejar a Irlanda del Norte sujeta a las reglas comerciales de la UE, para que mantenga inalterada su relación con la República de Irlanda, porque eso equivaldría a partir el Reino Unido y porque, entre otros, el comercio entre el resto de los miembros del RU con su hermana Irlanda del Norte quedaría sujeto a los aranceles que operan en el Reino Unido.
La negociación, sin éxito por ahora, del brexit es un asunto sumamente complicado. La primera ministra, Theresa May, puede dar fe de eso. El divorcio que ella trata de llevar a buen puerto ha mostrado tener un grado de complejidad mayor que el del matrimonio.
Un dictado bíblico ( Mc. 10:9) dice: “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre”. Aplicado al caso objeto de este artículo, podría reacomodarse para que diga: “No una el hombre lo que tal vez Dios quiso que permaneciera separado”.
El autor es economista.