—Buenos días, 2022.
—¡Buenos días! ¿Todo en orden?
—Todo bien, por dicha. Pulseándola. ¿Qué nos trae entre manos?
—¿Yo?
—Diay, pues sí. ¿Quién más?
—Ah, sí, sí. Es que no sé por dónde empezar.
—Por el principio, diría yo.
—No es tan fácil como usted cree.
—¿Qué pasa, no me quiere decir?
—De verdad, no es eso. Es que no sé qué decir: el futuro no existe.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Que no soy un libro ya escrito. Conmigo no se pueden saltar páginas para ver cómo termina. No hay fast forward. Nada que ver.
—No me diga eso. ¡Pésima noticia! No me diga eso.
—Pues sí, así es: un cuaderno en limpio o, mejor dicho, una pantalla en blanco.
—¿Y quién escribe?
—¿Y quién va a ser? ¡Usted!
—¿Yo? No… si es tan amable, no me endilgue esa responsabilidad. No tengo la menor idea…
—Precisamente. Ese es su problema y, por añadidura, el mío.
—¡Qué torta! ¿Y ahora qué hacemos?
—¿Hacemos? Eso me suena a orquesta.
—Uf. Déjeme ver, a ver... ¡Opa!, ¡qué difícil! ¿Por qué yo? No es justo.
—No involucre en esto a la Justicia: no tiene nada que ver. Apúrele, porfa.
—Está bien, ya voy. Estos son mis propósitos de año nuevo...
—Perdone que lo interrumpa, ¿quién habló aquí de propósitos?
—¿Entonces?
—Los propósitos no sirven para escribir el 2022, ni ningún año. Lo que cuentan son las acciones.
—Tampoco me lo ponga así. Si es apenas 6 de enero.
—Por eso mismo, ya va seis días tarde, y la página en blanco. Sóquele.
—¿Sabe qué? Ya me agüevó tanta majadería. Mejor ni escribo nada.
—¿Dónde quedó lo de “feliz y próspero Año Nuevo” que le recetó a todo el mundo?
—¿Qué quería usted que les dijera: que la pasen mal?
—Lo que nada mal caería aquí es un poco de coherencia entre el dicho y el hecho.
—Esto está muy difícil. Muy difícil.
—Me huele al mismo guion del año pasado. Nada cambia. Y yo que…
—Uy, ¡qué buena idea! Exacto: déjeme agarrar el libro del 2021. No hay de otra: hay que ser realistas. A copiar se dijo.
—Adiós, ilusión.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.