En febrero pasado, participé en el nuevo curso de Harvard Leading Through the Changing Media Landscape, cuyo objetivo es aprender a liderar en el desafiante mundo de los medios de comunicación. Entre los casos estudiados estaban la elección presidencial estadounidense del 2016, los ataques al Capitolio el 6 de enero del 2021 y la comunicación en torno al abordaje de la pandemia de covid 19.
El primero se refiere a cómo el grupo Cambridge Analytica utilizó datos, sin autorización, de más de 80 millones de usuarios de Facebook para incidir, mediante el uso de algoritmos y mensajes de odio y desinformación, entre otros, en los resultados de las elecciones del 2016 en favor de Donald Trump.
La toma del Capitolio desnuda el uso de medios digitales para incitar a grupos extremistas y negacionistas a la insurrección y desconocer el resultado de las elecciones presidenciales y tomar el Capitolio para evitar la certificación oficial de los resultados favorables al presidente Biden. El más reciente fue el manejo mediático y politizado de la covid 19 y el no uso de vacunas y mascarillas.
Los tres ejemplifican el uso de la internet y sus plataformas para la manipulación de hechos, circulación de noticias falsas, incitación al radicalismo con mensajes contra las mujeres, las personas de razas o credos diferentes o de otras preferencias sexuales, y la promoción de estereotipos de supremacía, promoción de la intolerancia, el irrespeto y el odio, cuyas graves consecuencias ya conocimos a lo largo de la historia, y el Holocausto es uno de los capítulos más dolorosos de la humanidad.
La intentona de los bolsonaristas por replicar la receta trumpista muestra cómo América Latina no es ajena a este tipo de fenómenos que dichosamente no concluyeron en una ruptura constitucional, pero sí denotan una sociedad polarizada y alimentada por discursos radicales, el uso de la mentira y la desinformación para irrespetar la institucionalidad democrática.
Se hizo evidente que personas del gobierno utilizan estos nefastos métodos y que algunos, como el presidente, todavía defienden y desconocen que estas prácticas violan nuestros valores democráticos fundacionales. Por ello, es irónico que vaya a Suiza a hablar de democracia.
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La autora es politóloga.