El gobierno adopta medidas cada vez más restrictivas a la movilidad de las personas y el cierre de negocios. La interrogante es qué sucederá después. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE. UU., ha sido enfático en que “el virus es el que establece el cronograma”. Sin embargo, tampoco es factible cerrar una economía por más de unos pocos meses. El costo social en términos de pobreza, hambre y hasta violencia sería devastador.
Como señala esta semana The Economist, los cierres de emergencia ayudan a comprar tiempo, pero finalmente tendremos que adaptarnos al virus, pues la perspectiva de una vacuna es aún lejana. Es aquí donde entra en juego la orientación de expectativas por parte de las autoridades. En la medida de lo posible, la gente necesita señales que brinden confianza y apacigüen la incertidumbre sobre cuándo podría acabar el encierro. Por eso, es positivo que la CCSS esté informando sobre la adquisición de equipos y el aumento de su capacidad en cuidados intensivos. El gobierno también debe indicar que, cuando los epidemiólogos lo indiquen, empezará a implementar el testing proactivo de la población, como en Corea del Sur, Alemania e Israel. La idea es identificar de manera expedita los núcleos de contagio y transitar a aislamientos y cuarentenas focalizados. Amcham lanzó una campaña para adquirir equipos y, así, apoyar al sector público. También, existe la posibilidad de comprar pruebas de detección de anticuerpos que permitan identificar a las personas ya inmunizadas, de tal forma que puedan ir reincorporándose a sus lugares de trabajo.
Ningún escenario está libre de riesgos y algunas medidas de distanciamiento social estarán con nosotros por un buen tiempo. Pero necesitamos forward guidance sobre qué nos espera más allá de la cuarentena.
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El autor es analista de políticas públicas.