En los últimos años, hemos sido testigos de la pérdida sistemática de confianza en la institucionalidad pública como proveedora de las condiciones para el pleno disfrute de los derechos humanos.
Las mediciones de confianza más recientes efectuadas por Latinobarómetro muestran en la cola cuatro que son pilares de la democracia: los partidos políticos (último lugar), el Congreso (penúltimo lugar), el gobierno (antepenúltimo lugar) y el poder judicial (trasantepenúltimo).
La confianza expresada es inferior al 24 %, es decir, que de cada 100 latinoamericanos solo 24 o menos creen en la labor de esas instituciones, pero además un 70 % no cree que tengamos un futuro mejor, independientemente de quién nos gobierne.
Una de las explicaciones es la poca generación de valor público por parte de estas instituciones, que se expresa en datos indignantes para quienes vivimos en esta privilegiada región del planeta por sus condiciones naturales y culturales.
La desigualdad social más grande del mundo, la ralentización del desarrollo humano, la proliferación de la corrupción, los millones de personas subalimentadas y con hambre, los bajos índices de crecimiento económico y de desempleo y los efectos del cambio climático, entre otros, evidencian que no se produce el valor público necesario.
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Valor público. Estos resultados, como afirma el profesor Mark Moore, de la Universidad de Harvard y quien acuñó el concepto de valor público, tienen consecuencias inmediatas sobre los sistemas políticos, ya que drenan la confianza en las instituciones y originan la pérdida de legitimidad y apoyo a estas como reacción colectiva y política.
De acuerdo con Moore, el valor público se obtiene por medio de la calidad, cantidad y oportunidad de los bienes y servicios entregados a los ciudadanos y también a través de los resultados, la confianza y la seguridad percibida por la sociedad.
La confianza en las personas vecinas también ha disminuido, y eso origina un castigo mayor en la participación comunal, a la baja desde hace varios años.
¿Qué estrategia ejecutar para revertir tan inaceptable situación?, ¿cómo recuperar la confianza en general?, ¿cómo vivir sin pensar diariamente que detrás de cada iniciativa gubernamental o legislativa hay alguien que se beneficia personalmente? El 79 % de los latinoamericanos son del criterio de que se gobierna para unos pocos grupos de poder.
Necesitamos fomentar una conciencia colectiva en que el futuro será mejor que el presente; para encontrar cómo hacerlo, busqué en la referencia el comportamiento del ser humano ante la satisfacción de las necesidades y lo que provee esperanza.
Para ello, me fui a la referencia primaria, al profesor y psicólogo estadounidense Abraham Maslow, creador de lo que se conoce como la pirámide de las necesidades.
Para Maslow, los seres humanos, en el transcurso de la vida, buscamos satisfacer un conjunto de necesidades que van desde resolver las necesidades fisiológicas básicas, como comer, tener ropa y casa, hasta las del ser, que implica tener una familia, un trabajo, relaciones sociales, recreación y realización.
Está claro que hay un elemento que articula la pirámide, y es que el ser humano requiere creer que tendrá oportunidad en el futuro de colmar sus aspiraciones y alcanzar umbrales de autorrealización.
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Efecto inverso. Por el contrario, se pierde la esperanza cuando dejamos de confiar en que habrá un futuro en el cual los que sientan la necesidad de estudiar lo harán, los que quieran hacer poesía o teatro cristalizarán el sueño, los que quieran una pensión la recibirán, los que quieran participar en un movimiento social se integrarán a alguno, los que quieran practicar un deporte o tener un empleo decente lo conseguirán y los que necesiten comer lo lograrán dignamente.
La sociedad precisa que nadie se quede sin casa donde vivir o sin una conexión de calidad para llevar a cabo las tareas y que quien urge atención médica la encuentre.
No hay mayor crisis que cuando se pierde la esperanza de que lo que viene será mejor. Lo ha expuesto el psicólogo, profesor y escritor de la Universidad de Pensilvania Martin Seligman, especialmente en su obra El circuito de la esperanza. Es esta la que mueve al ser humano, la que lo motiva individual y colectivamente a trazar metas y alcanzar objetivos.
En lo que queda de este año y en el 2022, varios países de América Latina celebrarán elecciones en donde elegirán a sus gobiernos y parlamentarios para los próximos años; y aunque todo proceso de este tipo es trascendental para las naciones, esta vez tendrá un tono especial, porque estaremos en un entorno de crisis y poscrisis, y la revisión del pasado nos señala que el reto es mucho mayor, porque hay que volver a infundir esperanza y recuperar la fe en un futuro mejor.
Inyectar esperanza a los que vieron partir a un ser querido, a los que perdieron el empleo, a las empresas que debieron cerrar; a los niños, a las niñas y a los adolescentes que vieron disminuida la calidad de su educación; a los estudiantes de todas las edades que debieron recibir sus clases por medio de un teléfono celular en condiciones precarias de conectividad; y a los que vieron alejarse su operación quirúrgica por las prioridades del sistema de salud.
Cuando tantas personas aspiran a ocupar cargos en los supremos poderes en América Latina, surge la pregunta de si todas ellas y sus partidos políticos tendrán las capacidades y las ideas para devolvernos la esperanza, y si ven el gobierno y el parlamento no como fines, sino como los medios para crear valor público y convertir la esperanza en la primera necesidad por satisfacer.
El autor es docente en la UNA y la UCR.